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Te cancelaron, después te disculpaste … ¿y ahora qué?
Sociales

Te cancelaron, después te disculpaste … ¿y ahora qué?

Por: Fernanda Rivera
CDMX
Fecha: 24-07-2025

En internet, basta un comentario fuera de lugar, una opinión impopular o un mal comportamiento para que una figura pública (ya sea influencer, artista o político) comience a ser señalada y, poco a poco, aislada.


Las redes sociales se han convertido en una arena donde los juicios ocurren en tiempo real y sin la necesidad de un tribunal formal. A este fenómeno se le ha llamado cultura de la cancelación, una práctica que consiste en retirar el apoyo a una persona por haber hecho algo que se considera ofensivo o dañino.


Cancelar a alguien, en términos simples, es dejar de apoyarlo de manera pública como castigo por una acción o discurso considerado negativo, violento o inaceptable.




Implica desde dejar de seguir en redes sociales hasta presionar para que pierda su trabajo o contratos, y muchas veces conlleva un daño reputacional que puede durar años o incluso toda la vida. Aunque para algunos representa una herramienta de denuncia legítima, para otros es una especie de linchamiento digital sin posibilidad de defensa.


Lo que empezó como una forma de dar visibilidad a causas ignoradas por el sistema, como en los inicios del movimiento #MeToo, ha evolucionado en una dinámica en la que las redes se convierten en tribunales públicos.


En estos espacios, la presión social se impone con tal velocidad que, a menudo, no hay espacio para escuchar explicaciones, mucho menos para ofrecer una disculpa. Y en este panorama, muchas personas se preguntan: ¿realmente se puede cancelar a alguien? ¿Es un castigo irreversible o existe la posibilidad de redención?


¿Quién puede cancelar a quién?




Aunque el objetivo es ejercer presión para exigir justicia, no todos los casos de cancelación terminan igual. Algunas personas quedan marcadas para siempre; otras, en cambio, parecen salir casi ilesas. La diferencia muchas veces radica en el poder que cada figura tiene.


Tal como lo señala Amnistía Internacional, "no cancela quien quiere, sino quien puede". Es decir, la cancelación no siempre es efectiva ni tiene el mismo impacto para todos.


Un caso que ha generado polémica y debates es el de Gloria Trevi y Sergio Andrade. Ambos fueron acusados y detenidos por delitos graves como secuestro y abuso sexual; sin embargo, hoy en día están libres. Mientras que Andrade ha quedado prácticamente fuera del mundo del entretenimiento, Gloria Trevi mantiene una presencia activa y un impacto considerable en la industria musical. Esta situación ha dividido opiniones sobre la justicia y las consecuencias en el ámbito artístico tras enfrentarse a acusaciones tan serias.




Por otro lado, está el caso de YosStop, una youtuber mexicana que fue señalada por revictimizar a una menor abusada sexualmente. Estuvo cinco meses en prisión y, aunque hoy sigue creando contenido, ha perdido muchos seguidores y marcas que antes la patrocinaban ya no quieren asociarse con su imagen. Su regreso ha sido parcial y enfrenta dificultades para monetizar como antes.


Estos casos reflejan cómo la cancelación está atravesada por distintas formas de poder a pesar de que en ambos casos se cometió un delito e incluso hubo una sentencia por ello.


Las formas de poder pueden dividirse en tres, primero, el poder simbólico, que proviene del reconocimiento público, la trayectoria o la influencia cultural de una figura. Quienes gozan de prestigio o una base sólida de seguidores tienden a recibir un trato diferente.




Segundo, el poder económico, que les permite a ciertas figuras contar con equipos legales, asesores de imagen o plataformas alternativas para seguir activos a pesar del rechazo. Y tercero, el poder estructural, ligado a las plataformas digitales, los medios de comunicación y las instituciones que pueden amplificar o minimizar el alcance de una cancelación.


No se trata solo de una reacción colectiva, sino de un sistema donde distintos actores con distintos niveles de poder intervienen y definen los alcances del castigo.


El peso de una disculpa pública




Cuando alguien es cancelado, una de las primeras reacciones suele ser publicar una disculpa. Pero, ¿realmente funciona?


De acuerdo con la Agencia Digital ZC, muchas veces la cultura de la cancelación no deja espacio para la redención. Incluso cuando la persona acepta su error, se disculpa y trata de compensarlo, no siempre es escuchada ni perdonada.


Esto se debe, en parte, a que las disculpas públicas enfrentan una profunda desconfianza. En redes sociales, muchas veces se perciben como una estrategia para "salvar la imagen" en lugar de una muestra real de arrepentimiento.


Las disculpas más efectivas incluyen cinco elementos esenciales: reconocer el error, explicar qué ocurrió, expresar arrepentimiento, ofrecer una forma de reparación y pedir perdón de manera directa. La ausencia de alguno de estos puntos suele debilitar la credibilidad del mensaje.




La creadora de contenido AndyRodgue, quien con la intención de ser esa amiga ideal para quienes aman el cine y las series, comparte que, aunque sus cancelaciones han sido más por opiniones impopulares que por temas personales, ha aprendido a prevenir malentendidos: "Gracias a Dios mis cancelaciones son por películas o series, pero te dejan enseñanzas. Me ha servido aclarar que solo doy una opinión. Una disculpa puede ayudar, aunque muchas veces se usa como salida fácil, sin crear una conciencia real".


Además, el contexto y el tono en que se emite la disculpa también influyen. Un video grabado con guión y luces profesionales puede parecer menos auténtico que un mensaje breve, directo y sin producción. El público digital tiende a valorar más la vulnerabilidad que la perfección. Sin embargo, ni siquiera la disculpa más empática garantiza el perdón colectivo.


Katya Alcázar, comunicóloga y viajera que comparte experiencias visuales, cree firmemente que una disculpa puede marcar la diferencia si se hace desde la honestidad. "Las redes no perdonan la arrogancia o el silencio cuando se ha cometido un error. Pero cuando alguien asume la responsabilidad de forma genuina, se nota. No basta con decir lo siento, hay que demostrarlo con acciones", afirma.


¿Cómo se reconstruye una reputación?




Volver a empezar después de una cancelación no es imposible, pero requiere estrategia, autocrítica y constancia.


Según un artículo de TrendSights, existen pasos clave para recuperar la confianza del público: el primero es escuchar. Comprender cómo se percibe el problema en redes sociales, qué temas causaron mayor rechazo y qué emociones predominan en los comentarios permite establecer una hoja de ruta para la recuperación.


Después, es importante identificar las áreas de mejora. ¿Se trató de un malentendido, una falta de información o una postura ofensiva? Entender a fondo el contexto ayuda a construir un mensaje más acertado.


Con base en eso, se puede diseñar una estrategia de contenido que incluya una disculpa clara, compromiso de cambio y acciones visibles. Todo debe comunicarse con transparencia y sin arrogancia.


Además, recomiendan que las marcas o figuras públicas involucradas adopten un enfoque proactivo: lanzar campañas con propósito, mostrarse accesibles al diálogo y colaborar con voces confiables para amplificar el mensaje de cambio. En estos casos, la autenticidad no se finge: se percibe.


Cristian Torres, fotógrafo destacado con más de 800 mil seguidores, destaca que la verdadera clave está en la coherencia del cambio, no en aparentar perfección: "La clave es demostrar con hechos que aprendiste, que creciste, y que tu intención no era dañar. Lo curioso es que a veces se espera más perfección de figuras públicas o creadores que de personas con responsabilidades reales mucho más grandes. Al final, lo que te fortalece es la coherencia en tu evolución, no la perfección en tu pasado".




La cultura de la cancelación ha abierto debates profundos sobre justicia social, censura, poder e impacto emocional. Mientras que para algunas personas representa una forma de exigir responsabilidades en una era donde todo se expone públicamente, para otras puede ser una práctica tóxica que elimina cualquier espacio de diálogo o reconciliación.


Este fenómeno nos obliga a preguntarnos qué tipo de justicia estamos buscando: una que aísla para siempre o una que permite reparar, aprender y crecer. Tal vez la clave no esté en callar voces, sino en exigir responsabilidad con empatía, reconocer el error sin minimizarlo y permitir que quienes se equivocan puedan corregir el rumbo.


Porque al final, cancelar no debería ser sinónimo de eliminar, sino una invitación urgente a replantear nuestros valores, nuestras palabras y nuestras formas de construir comunidad en un mundo que no siempre da segundas oportunidades.


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