Como mexicanos, crecemos rodeados de historias que nos enseñan, asustan o fascinan
Desde relatos sobre abuelos que se enfrentan al diablo en cerros hasta mujeres que, tras perder a sus hijos, vagan llorando cerca de ríos y lagos, las leyendas forman parte de nuestra memoria colectiva.
Estas historias se transmiten de generación en generación, con pocos cambios desde sus primeras versiones, y su influencia se extiende más allá de lo oral: llegan al cine, los videojuegos y la música, e incluso cruzan fronteras.
No hace falta remontarse a tiempos ancestrales para reconocer su poder. Más recientemente, el "chupacabras", originario de Puerto Rico, se convirtió en una leyenda popular en México. Creas o no en él, ya forma parte del folclore nacional.
Muchas veces, la fascinación por lo desconocido, lo histórico o lo religioso nos lleva a repetir estas historias, dándoles vida y eco en nuestra vida cotidiana.

Por ello, exploraremos el origen de las leyendas, algunas de las más emblemáticas de México y su transformación en fenómenos culturales y comerciales que han cruzado fronteras
Origen y características de las leyendas
Las leyendas son narraciones que mezclan la realidad con elementos sobrenaturales, transmitidas de forma oral o escrita.
Siempre incluyen un elemento real -un país, un pueblo, una época, un hecho- combinado con elementos que sobrepasan lo natural, lo que les da cierta credibilidad.
Su objetivo no es narrar hechos con exactitud, sino transmitir enseñanzas de vida, reflejando comportamientos sociales y mostrando riesgos o consecuencias de actitudes como la vanidad, la soberbia o la ambición.
Se clasifican en distintos tipos:

Un ejemplo es La Matlaxizuah, leyenda de Oaxaca sobre una mujer que, de madrugada y vestida de blanco, busca hombres borrachos para lastimarlos. Su enseñanza es clara: evita beber de noche o intentar seducir mujeres en ese estado
Leyendas que marcaron México
Posiblemente la leyenda más conocida de México, su primera mención data de entre 1509 y 1550.
Con un grito que estremece -"¡Ay, mis hijos!"- se dice que una mujer vaga eternamente cerca de ríos y lagos, buscando a los hijos que ella misma ahogó.
La historia tiene muchas versiones, pero casi todas coinciden en su tragedia: una madre, traicionada por su esposo, decide vengarse llevándose a sus hijos al agua. Cegada por los celos y la desesperación, los sujeta del cuello y los sumerge hasta que dejan de respirar.

Solo cuando el silencio la rodea comprende lo que ha hecho. Entonces, lanza un lamento que atraviesa el tiempo, un grito de culpa y dolor que, según cuentan, aún se escucha en las noches: "¡Ay, mis hijos!"
El historiador Bernardino de Sahagún registró en el Códice Florentino un relato que muchos consideran el origen más antiguo de La Llorona. Según su recopilación, antes de la llegada de los españoles, el pueblo mexica presenció un presagio inquietante: una figura femenina emergía del lago de Texcoco y recorría las calles de Tenochtitlán entre sollozos.
"Ay, hijos míos, ¿a dónde os podré llevar y esconder? Hijitos míos, ya tenemos que irnos lejos", se le escuchaba decir, según los testigos entrevistados por Sahagún.
Más que llorar por la pérdida de sus propios hijos, este espíritu -interpretado como una advertencia- lamentaba el destino del pueblo mexica ante la inminente conquista, convirtiéndose en un símbolo del dolor colectivo y del fin de una era.

También se asocia con la deidad azteca Cihuacoatl, vinculada con la maternidad y los presagios de muerte
Con el paso de la época colonial, la historia comenzó a transmitirse de boca en boca, adaptándose al contexto social y a las experiencias de ese tiempo. En una sociedad profundamente marcada por el honor y los prejuicios hacia las mujeres abandonadas, la figura de una madre desesperada y traicionada encontraba un eco poderoso.
En esas versiones coloniales ya se hablaba de una mujer vestida de blanco, descalza (aunque otros mencionan que flota) , con velo y rostro cubierto, que aparecía por las noches en las calles del centro de la Ciudad de México.
Testigos aseguraban escuchar sus lamentos antes de verla avanzar lentamente hasta la Plaza Mayor, donde se arrodillaba, miraba hacia el oriente y lanzaba un último y desgarrador grito antes de dirigirse hacia las orillas del lago, donde finalmente desaparecía.
Según la cultura popular, mientras más cerca se escuche el grito, es que La Llorona se encuentra lejos. Sin embargo, aquellos que la escuchan lejos, es que están más cerca de ella de lo que creen.
Así, la leyenda fue tomando forma entre el miedo, la culpa y la devoción popular, hasta convertirse en una de las historias más arraigadas del imaginario mexicano

La leyenda se expandió a toda América Latina, manteniendo su núcleo y comparándose con la "Dama Blanca" de Alemania, cuya historia es sorprendentemente similar
Originaria de la época colonial y asociada principalmente con Jalisco, la leyenda del Charro Negro simboliza las consecuencias de la ambición desmedida.
Se cuenta que, al caer el sol, aparece un ente masculino vestido con un traje de charro negro con detalles de oro y plata, montado sobre un caballo cuyos ojos brillan como bolas de fuego.
Pero este espíritu no siempre fue sobrenatural. En vida, era un joven pobre, huérfano y desesperado por la falta de recursos. La soledad y la necesidad lo llevaron a invocar al diablo, ofreciéndole su alma a cambio de riquezas ilimitadas.
Su fortuna era tan inmensa que no habría alcanzado a gastarla ni en dos vidas, pero pronto descubrió que el dinero no podía sustituir la compañía ni el afecto; solo era codiciado por otros por su riqueza.
Cuando el diablo fue a reclamar su alma, el joven intentó escapar montando su caballo. Sin embargo, el demonio lo alcanzó, comenzando a desintegrar su cuerpo hasta dejar solo el traje de charro. El caballo, fiel a su amo, intentó enfrentarse al diablo, pero este, reconociendo la lealtad del animal, lo condenó a permanecer a su lado.

Desde entonces, se dice que el Charro Negro deambula por los caminos y carreteras, apareciendo ante quienes la codicia o la ambición desmedida los pone en riesgo, ofreciendo a quienes se lo encuentran fortuna y riqueza
En otra versión, se dice que fue un minero que, cansado de su vida y de su pobreza, declaró en una cantina que haría lo necesario para hacerse rico. De pronto, entró un hombre elegante -que se dice era el mismo diablo- y le indicó que si quería riqueza, debía ir a una mina.
Al llegar, no encontró al hombre, pero sí una serpiente, que el minero tomó y colocó en un viejo pozo de agua para usarla como cinturón. Esa noche soñó que la serpiente le hablaba y le agradecía por ofrecerle un hogar. Le dijo que al despertar encontraría dinero en el establo, pero que a cambio debía entregarle a su hijo varón.
Al amanecer, efectivamente encontró montones de monedas de oro en el establo, pero escuchó el grito desgarrador de su esposa: su hijo yacía muerto en el fondo del pozo, y de la serpiente no había rastro.
La leyenda cuenta que su ambición creció tanto que recorrió pueblos, embarazando mujeres y entregando a sus hijos al diablo para acumular más riqueza. Como en la versión anterior, el hombre intenta escapar del demonio, pero nunca lo logra, quedando condenado a deambular como el Charro Negro.

En la cosmovisión mexica, refleja la dualidad de Tezcatlipoca (oscuridad) y Quetzalcóatl (luz), y con la llegada del cristianismo se reinterpretó como la lucha entre Dios y Lucifer. La tradición oral describe apariciones en caminos rurales desde el siglo XVI, y variantes similares existen en Guatemala, El Salvador y Colombia
La leyenda de La Planchada, la enfermera de uniforme blanco, data de la década de 1900, aunque no se sabe con certeza si es originaria de la Ciudad de México, Puebla o San Luis Potosí.
Se cuenta que Eulalia, una enfermera dulce y cordial, trabajaba en el Hospital de San Pablo -hoy conocido como Hospital Juárez-. Con el tiempo, comenzó a enamorarse de un médico, poniéndose nerviosa cada vez que estaba cerca de él y ayudándole acercando los instrumentos durante las operaciones.
Un día, cansada de ocultar sus sentimientos, le confesó su amor. El médico le correspondió, haciéndola su novia e incluso prometiéndole matrimonio. Más tarde, le pidió que le planchara un traje para un congreso.
Eulalia, feliz, cumplió con la tarea, pero esa misma tarde descubrió que el médico ya estaba casado y que, de hecho, estaba en su luna de miel.
La noticia la sumió en una profunda depresión, y en su dolor comenzó a cometer errores en el hospital, provocando sin querer la muerte de varios pacientes.
Según la leyenda, arrepentida de sus negligencias, Eulalia comenzó a vagar por los pasillos de los hospitales, atendiendo y sanando a pacientes que incluso habían sido desahuciados.

No hay evidencia científica de su existencia, pero relatos como el del doctor Ulises Nava en 2006, que documentó curaciones inexplicables, refuerzan su mito
Otra versión de la leyenda indica que la madre de Eulalia falleció a pesar de todos los esfuerzos que hizo por salvarla.
Esto la dejó completamente destrozada y, según se cuenta, perdió la razón.
Para sobrellevar su dolor y rendir homenaje a su madre, decidió dedicar su vida -y, según la leyenda, su eternidad- a ayudar a todos los enfermos que pudiera, convirtiéndose en un espíritu compasivo que aún recorre los hospitales.

En comunidades hispanas de EE.?UU., se fusiona con leyendas de "White Lady", conservando su esencia de espíritu protector
La economía de las leyendas
El terror es un género que genera miles de millones de dólares. Las leyendas mexicanas se adaptan a cine, videojuegos, literatura y música, instalándose en la memoria colectiva más allá del boca a boca.
La Llorona
El Charro Negro
La Planchada

Leyendas en otras culturas
Aunque comparten temas universales como la venganza y lo sobrenatural, cada región desarrolla un estilo propio:

Estas diferencias reflejan cómo la historia, la religión y la cultura moldean la manera en que cada sociedad enfrenta el miedo
Las leyendas mexicanas no son solo historias de terror; son un reflejo de la identidad cultural del país, mezclando realidad, fantasía, moralidad y economía.
Desde La Llorona hasta La Planchada, estos relatos cruzan generaciones y fronteras, adaptándose a nuevos formatos y mercados sin perder su esencia.
Son testimonios de cómo la tradición oral puede transformarse en fenómeno cultural y comercial, manteniendo viva la fascinación por lo desconocido.