De la despensa al celular: cómo cambiaron nuestras compras
Economía

De la despensa al celular: cómo cambiaron nuestras compras


En tiempos no tan lejanos, ir al centro comercial para surtir la despensa quincenal era casi una tradición familiar



Preparar una hamburguesa implicaba ir por cada ingrediente o salir a buscar un puesto que las vendiera. Hoy, esa rutina cambió por completo.


Desde una aplicación es posible pedir desde frutas y verduras hasta flores o comida preparada, todo con un solo clic. Las películas en formato físico también pasaron a segundo plano: las plataformas de streaming ofrecen cientos de opciones por una tarifa fija mensual.


Todo parece más accesible, pero también más caro.



La "canasta básica" de hace algunas décadas ya no se parece a la actual: algunos productos desaparecieron, otros se transformaron y muchos nuevos gastos -como las suscripciones digitales o los servicios a domicilio- se sumaron a la lista



La evolución del consumo: del efectivo al algoritmo

En los noventa y principios de los 2000, la vida giraba en torno a los mercados locales, las tienditas de la esquina y los supermercados


Comprar implicaba toda una actividad física, con contacto directo y decisiones que se tomaban frente al mostrador.


La despensa familiar se llenaba con arroz, frijol, tortillas, leche y pan; los ahorros se guardaban en efectivo o en cuentas bancarias tradicionales.


Hoy, el carrito del supermercado cabe en la pantalla del celular. Aplicaciones como Amazon, Rappi o Mercado Libre permiten comprar casi cualquier cosa sin salir de casa.



El 65% de los mexicanos ya realiza compras digitales. Lo que antes requería un viaje al supermercado, ahora se resuelve con un toque en la pantalla



Según la Asociación Mexicana de Venta Online (AMVO), cada año se suman cerca de 4 millones de nuevos usuarios digitales. Y aunque la digitalización ha hecho más cómodo el acceso a productos y servicios, también ha fragmentado la forma en que las familias perciben su gasto.


En 2025, el costo de la canasta alimentaria urbana se ubicó en 2 453 pesos mensuales, de acuerdo con cifras del INEGI basadas en la metodología del CONEVAL.


A inicios de los años noventa, ese valor rondaba los 881 pesos mensuales -equivalentes a 17 486 pesos actuales al ajustar por inflación-, lo que evidencia el encarecimiento del gasto básico en alimentación.



Pero la diferencia no es solo de precios: con el paso del tiempo, el contenido de la canasta también ha cambiado. Los productos y porciones que componían la dieta de hace tres décadas ya no son los mismos que los de hoy, adaptándose a nuevos hábitos de consumo y a la evolución del mercado alimentario



Comodidad con costo oculto

El consumo digital ofrece inmediatez, pero también costos invisibles. Pedir comida desde una app puede parecer inofensivo hasta que las comisiones, propinas y cargos por envío se suman.


Los servicios de entrega en México generan más de 60 mil millones de pesos anuales, y el valor promedio de los pedidos por aplicación es 32% mayor que si se compraran directamente en restaurante.


Plataformas como Rappi, Uber Eats y DiDi Food dominan este mercado, con 33 millones de usuarios activos. Cada pedido incluye un sobreprecio de entre 15 y 30%, además de la propina sugerida.



En promedio, un consumidor gasta entre 300 y 500 pesos mensuales solo en entregas de comida, aunque muchas veces no lo perciba



El streaming también ocupa un espacio creciente en la economía familiar. Las suscripciones a Netflix, Disney+, Amazon Prime o Spotify suman más de 500 pesos mensuales por hogar, aunque en la práctica pueden alcanzar los 1,600 pesos si se acumulan varios servicios.


A esto se añaden gastos en internet (544 pesos) y telefonía móvil (400 a 600 pesos).



El problema es que estos pagos digitales suelen ser automáticos y dispersos. No se sienten como gastos grandes, pero se acumulan. Como dicen algunos economistas, "el dinero digital se gasta más fácil porque no se toca"



Lo esencial, reescrito en clave digital

En el México actual, lo esencial ya no es solo comer y tener techo. Ahora incluye internet, conectividad y servicios digitales. El acceso a la red es un requisito para trabajar, estudiar o simplemente mantenerse informado.


De acuerdo con The Competitive Intelligence Unit (The CIU), 107 millones de personas usan internet en México, lo que equivale al 70% de la población.


En los noventa, las familias destinaban hasta la mitad de su ingreso a la alimentación y priorizaban el ahorro físico; hoy, ese lugar lo ocupan las cuotas digitales.


El gasto en comunicación y conectividad representa más del 12% del presupuesto no alimentario, y su ausencia puede excluir a una persona del trabajo o la educación.



Esta dependencia tecnológica redefine las jerarquías del consumo: el frijol y el arroz ceden espacio a la fibra óptica y al Wi-Fi. La comida sigue siendo importante, pero la conexión se volvió indispensable



De la despensa al débito automático

Comparar el presupuesto de una familia en 2000 con el de una familia en 2025 es observar una transformación profunda. En los primeros años del siglo, un hogar promedio destinaba su ingreso a alimentos, transporte y vivienda; hoy, una parte importante se va en servicios intangibles: datos móviles, suscripciones, apps y plataformas.


  • La despensa digital reemplazó al carrito físico. La comida puede llegar a la puerta, las series se almacenan en la nube, las cuentas se pagan desde el celular. Pero esa comodidad tiene un precio: el control financiero se diluye entre microtransacciones automáticas y cobros recurrentes que fragmentan el gasto.


  • El endeudamiento familiar crece al mismo ritmo que las suscripciones. Según estimaciones de la AMVO , los hogares mexicanos destinan entre 7 y 13% de sus ingresos a servicios digitales recurrentes, un rubro que hace dos décadas ni siquiera existía.


La tecnología transformó lo que entendemos por "necesario". Hoy, quedarse sin internet genera más ansiedad que quedarse sin pan. La vida cotidiana depende de la conectividad, pero también de la capacidad de pagarla.


Los gastos digitales -a menudo automáticos y fragmentados- crean una ilusión de accesibilidad: todo parece barato cuando se paga por separado. Sin embargo, la suma final puede ser mayor que la renta o la alimentación mensual.



El desafío no está en renunciar a la comodidad, sino en recuperar conciencia del gasto. Entender que el consumo digital tiene costo real y que la tecnología, aunque facilite la vida, también puede vaciar los bolsillos si se usa sin medida



El reto es encontrar equilibrio. La comodidad no debe confundirse con necesidad, ni la conectividad con bienestar.


En la era de los pagos invisibles, quizá el mayor acto de consciencia sea detenerse un momento antes de hacer clic en "comprar ahora". 


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