El dulce sabor de la tradición se está diluyendo en los aguinaldos de Durango, donde la bolsita de celofán, que antes era un tesoro de fruta, cacahuates y dulces artesanales, hoy se reduce con frecuencia a un puñado de golosinas industrializadas. Más allá de lo material, se está perdiendo un ritual de convivencia y un símbolo del sincretismo cultural que durante generaciones unió a las familias en las posadas, transformándose por la globalización, la economía y el olvido.
El aguinaldo, junto con la piñata, es un elemento insustituible de las celebraciones decembrinas. Sin embargo, su contenido ha cambiado radicalmente. La industria alimentaria ha desplazado a los productos tradicionales; donde antes había caña, jícama, tejocotes y dulces de leche, ahora predominan los caramelos ultraprocesados, envueltos en plástico brillante pero vacíos de significado cultural y nutricional.
Esta transformación no es superficial. Expertos señalan que la entrega del aguinaldo tradicional se ha reducido de manera dramática en las últimas dos décadas. La globalización homogeniza las costumbres, y el desconocimiento de su profundo significado ritual entre las nuevas generaciones acelera su desaparición. Para muchos niños hoy, un aguinaldo es solo una bolsa de dulces, no un símbolo de compartir la abundancia y la bendición.
La economía familiar, siempre bajo presión en diciembre, es otro factor decisivo. En muchos hogares, la compra de fruta y los ingredientes para armar los aguinaldos se ha convertido en un lujo frente a otras prioridades urgentes, lo que lleva a que muchas familias opten por omitirlos por completo o sustituirlos por la opción más barata y menos significativa: los dulces empaquetados.
Esta erosión va más allá de una simple bolsa; debilita un patrimonio cultural inmaterial que servía como hilo conductor entre generaciones. Recuperarla es posible, pero requiere voluntad comunitaria. Implica elegir, aunque sea con un pequeño esfuerzo, regresar a los orígenes: incluir una fruta, un puñado de cacahuates, un dulce local. Es en estos pequeños gestos donde se preserva la identidad colectiva y donde la verdadera esencia de la navidad duranguense ?el compartir auténtico? puede resistir al paso del tiempo y a la homogeneización del mundo.