El cierre de calles en el corazón de Durango para crear espacios libres de automóviles ha dividido a la ciudad entre quienes celebran un respiro para la convivencia y el aire limpio, y quienes ven sus rutinas y negocios afectados por una medida que consideran poco consultada. Esta iniciativa municipal, que busca promover la movilidad peatonal y el esparcimiento, se ha convertido en un experimento social que pone a prueba la capacidad de la ciudad para transformar sus hábitos urbanos, revelando una fractura entre la visión oficial, el entusiasmo de algunos colectivos y la resistencia de una parte de la ciudadanía y el comercio.
La polémica enfrenta, por un lado, al gobierno municipal que impulsa la actividad y a organizaciones de la sociedad civil como Momentum, cuyo presidente, Gerhard Favela, defiende la medida. Por otro lado, se encuentran comerciantes con horarios y giros que no se benefician homogéneamente de la afluencia peatonal, y ciudadanos que se sienten incomodados por las modificaciones de tránsito y la logística. Mientras Momentum pide a la gente "dar el beneficio de la duda", muchos vecinos y dueños de negocios exigen un mayor apoyo y claridad por parte de las autoridades.
La forma en que se ha implementado el programa ha generado fricciones. El cierre de vías en el centro histórico modifica drásticamente la circulación, lo que para algunos se traduce en un paseo dominical agradable y para otros, en un obstáculo que alarga sus trayectos. El impacto económico es desigual; mientras algunos establecimientos, como cafeterías o restaurantes, pueden ver incrementadas sus ventas, otros negocios que no operan en ese horario o que dependen del acceso vehicular de clientes reportan pérdidas o nulo beneficio.
El momento de esta discusión es ahora, mientras el programa se lleva a cabo durante los fines de semana. Su permanencia y posible expansión dependen de la evaluación que se haga en estas primeras etapas. La falta de una socialización profunda desde un inicio ha sido uno de los puntos más críticos, generando desconfianza en un sector de la población que se siente excluido de la planeación.
El lugar de la controversia es el centro histórico de Durango, el laboratorio donde se está librando esta batalla por el modelo de ciudad que sus habitantes desean. La iniciativa busca reconquistar el espacio público para las personas, pero choca con años de costumbres arraigadas y una dependencia del automóvil difícil de erradicar. La clave para su éxito o fracaso, como bien señalan los involucrados, reside en la cooperación entre sociedad, organizaciones y gobierno. Sin un diálogo genuino que incorpore todas las voces y atienda las afectaciones específicas, el programa podría quedar como un simple gesto bienintencionado, pero fallido, en lugar de convertirse en el catalizador de una transformación urbana duradera y consensuada que verdaderamente beneficie a toda la sociedad duranguense.