Mientras las estadísticas oficiales pintan un Durango más seguro, con una notable mejora en la percepción de inseguridad que lo coloca entre las seis ciudades con mayor avance en el país, la realidad en las calles, los negocios y los hogares cuenta una historia muy diferente. La frialdad de los números, que reflejan una caída del 46% al 36% en el segundo trimestre de 2025, choca frontalmente con la experiencia cotidiana de comerciantes que cierran más temprano, de ciudadanos que modifican sus rutinas por miedo y de familias que claman por sus desaparecidos en medio de una aparente indiferencia oficial.
¿Quiénes viven esta dualidad? Por un lado, están los comerciantes, especialmente aquellos dedicados a la venta de comida y servicios, que han tenido que recortar sus horarios de atención y ver mermados sus ingresos debido al temor a ser víctimas de la delincuencia. Esta adaptación forzada no solo ocurre en el primer cuadro de la ciudad, sino que se ha extendido a las colonias y la periferia de la capital duranguense. Por otro lado, se encuentran las familias con seres queridos desaparecidos, un sector de la población cuya percepción de inseguridad y desconfianza en las autoridades es profunda y constante, alimentada por la lentitud de las investigaciones y la falta de resultados concretos.
La forma en que la inseguridad se manifiesta es a través de un cambio silencioso pero generalizado en los hábitos de la comunidad. Los negocios bajan sus cortinas antes del anochecer, la gente evita transitar por ciertas zonas y la vida social se contrae. Este fenómeno no se debe únicamente a la situación interna; los eventos violentos en estados vecinos como Sinaloa y Zacatecas, que han generado incluso flujos migratorios hacia Durango, contribuyen a una sensación de contagio y vulnerabilidad regional.
El momento que capturó el INEGI para su optimista reporte fue el segundo trimestre de 2025, abarcando los meses de abril, mayo y junio. Sin embargo, la verdadera prueba de fuego para la percepción ciudadana llegará con la publicación del siguiente reporte, que incluirá los meses de agosto, septiembre y octubre, y que se dará a conocer a finales de este mismo mes de octubre. Es probable que este nuevo corte estadístico refleje con mayor fidelidad las tensiones acumuladas.
El lugar donde esta paradoja es más evidente es en la ciudad de Durango y su zona metropolitana. Mientras las autoridades pueden señalar un indicador a la baja, la vivencia en colonias y asentamientos populares sigue marcada por la precaución y el recelo. La desconexión entre el dato duro y la sensación en el territorio revela que la seguridad no es solo un porcentaje en una gráfica, sino una experiencia subjetiva moldeada por el cierre temprano de un negocio local, la ruta que se evita al caminar y el dolor de una familia que sigue esperando justicia. La pregunta "¿Durango seguro?" sigue sin una respuesta unánime, y la próxima publicación del INEGI pondrá a prueba si la mejora estadística puede consolidarse o si, por el contrario, se disuelve ante la persistente realidad que enfrentan sus habitantes.