Para Santiago Mojica, y para miles de duranguenses que se mueven en silla de ruedas, las calles de la ciudad son un campo minado de obstáculos que convierten cada trayecto en una prueba de resistencia y paciencia. Esta realidad choca frontalmente con un discurso oficial que pregona una ciudad inclusiva, pero que en la práctica ha priorizado intervenciones cosméticas en el centro histórico, lejos de donde vive la mayoría de las personas con discapacidad. La accesibilidad, lejos de ser una prioridad, se revela como una asignatura pendiente que afecta la movilidad, la autonomía y la dignidad de un sector fundamental de la población.
Quienes enfrentan esta lucha diaria son personas usuarias de sillas de ruedas, como el propio Santiago Mojica, miembro de la organización "Sí Se Puede A.C.". Desde su experiencia, denuncia la ironía de que se anuncie un centro histórico inclusivo cuando la mayoría de las personas con discapacidad residen en colonias periféricas, donde las rampas son inexistentes y las banquetas están invadidas o en mal estado. A esta voz se suman colectivos como "Momentum", representado por Gerhard Favela, que abogan por una movilidad sostenible y segura para todos, incluyendo a ciclistas y peatones, y que señalan cómo la infraestructura vial inadecuada y las altas velocidades de los automóviles generan un entorno hostil.
La forma en que se manifiesta este problema es a través de una planificación urbana que ignora las necesidades diversas de la ciudadanía. Las calles carecen de rampas funcionales o están bloqueadas por vehículos, las banquetas están rotas o son demasiado angostas, y los cruces peatonales no siempre son accesibles. Esta falta de diseño universal no solo perjudica a quienes usan sillas de ruedas, sino también a adultos mayores, personas con discapacidad visual y familias con carriolas, creando barreras físicas que limitan su derecho a la ciudad.
El momento para corregir esta deuda histórica es ahora, en medio del crecimiento y la modernización de la ciudad. Las organizaciones llevan años señalando el problema, pero la respuesta ha sido lenta y, con frecuencia, se ha centrado en obras puntuales que no resuelven la accesibilidad de manera integral y en todo el territorio urbano.
El lugar donde esta exclusión se hace más patente es en toda la zona metropolitana de Durango, mucho más allá del primer cuadro de la ciudad. Mientras el centro histórico recibe inversiones para mejorar su imagen, las colonias donde realmente habitan las personas con movilidad reducida permanecen en el abandono. La poca accesibilidad es un problema que afecta a toda la ciudadanía, pues una ciudad fácil de transitar para sus habitantes más vulnerables es una ciudad más eficiente, segura y humana para todos. La demanda es clara: una verdadera acción de las autoridades que los incluya en la planeación municipal y estatal, transformando el diseño urbano en una herramienta de inclusión y no de segregación.