En México, y particularmente en el estado de Durango, se desarrolla una crisis de salud pública que permanece en gran medida oculta: el deterioro de la salud mental en los hombres. Este problema se caracteriza por un silencio impuesto por estigmas culturales y una baja búsqueda de ayuda profesional, lo que deriva en un subregistro alarmante y en el agravamiento de condiciones como la depresión, la ansiedad y los trastornos por consumo de sustancias. La presión social que asocia la masculinidad con la fortaleza emocional y la autosuficiencia actúa como una barrera formidable, impidiendo que los hombres reconozcan su sufrimiento y accedan a los sistemas de apoyo.
Quienes padecen esta situación son hombres de todas las edades, aunque se observa una concentración significativa en el rango de 15 a 35 años. Según los Centros de Integración Juvenil, son precisamente los varones de este grupo demográfico los que presentan los índices más altos de trastornos relacionados con el consumo de alcohol, marihuana, metanfetaminas e inhalables. Estos comportamientos, lejos de ser meras conductas de riesgo, son con frecuencia manifestaciones de un malestar psicológico no resuelto y mecanismos de automedicación para lidiar con el dolor emocional.
La forma en que se expresa esta crisis es particular y difiere de los patrones tradicionalmente asociados a las enfermedades mentales. En los hombres, la depresión rara vez se manifiesta como tristeza o llanto. En su lugar, suele presentarse a través de una irritabilidad constante, accesos de ira explosiva, involucramiento en conductas temerarias o una dedicación obsesiva al trabajo. También es común que el malestar emocional se somatice, apareciendo como dolores de cabeza persistentes, molestias lumbares o problemas digestivos que no responden a tratamientos médicos convencionales. Esta sintomatología atípica hace que el problema pase desapercibido para familiares, amigos e incluso para los propios médicos, retrasando el diagnóstico correcto durante años.
El momento en que esta problemática se ha hecho más visible es en la actualidad, aunque sus raíces son profundas. Las cifras del año 2024, que estiman cerca de tres mil intentos de autolesión masculina en la entidad, son solo la punta del iceberg de un fenómeno con una cifra negra enorme. La mayoría de los casos nunca se reportan oficialmente, lo que impide dimensionar con precisión la magnitud de la crisis y, por lo tanto, diseñar políticas públicas efectivas para su atención.
El lugar donde esta epidemia silenciosa muestra sus consecuencias más graves es en el estado de Durango, que se encuentra entre los primeros lugares a nivel nacional en consumo de alcohol, una sustancia íntimamente ligada a los problemas de salud mental no atendidos. La solución requiere un cambio cultural profundo que permita redefinir la masculinidad, promoviendo la vulnerabilidad como una fortaleza y no como una debilidad. Es urgente crear canales de atención accesibles y libres de estigma, así como campañas de concientización que eduquen a la población para reconocer las señales de alarma atípicas y animen a los hombres a romper el silencio que pone en riesgo sus vidas.