El mes de la alegría y los festejos se ha convertido, para cientos de hogares duranguenses, en una prueba de resistencia económica donde el presupuesto familiar se estira hasta romperse. Mientras la ciudad se viste de luces, ciudadanos como Dominga libran una batalla silenciosa y angustiante contra unos precios que no ceden y unos ingresos que no alcanzan ni para lo más básico, revelando la otra cara de una temporada que excluye a los más vulnerables.
Dominga, una mujer de 72 años, enfrenta diariamente la dificultad de surtir su despensa. Con voz cansada, pero lúcida, relata cómo "todo sube" y los apoyos sociales que recibe son completamente insuficientes para cubrir la canasta alimentaria. Su estrategia de supervivencia es una economía constante y extrema, comparando precios y limitándose a comprar exclusivamente en tiendas de bajo costo, una práctica que se ha vuelto obligatoria, no opcional.
Esta realidad personal no es un caso aislado; es el reflejo de un fenómeno macroeconómico nacional. La inflación subyacente, que se mantiene en un persistente 4.28% anual, golpea con especial crudeza a las familias de bajos ingresos, que destinan la mayor parte de su escaso presupuesto precisamente a la alimentación. Cada punto porcentual de aumento se traduce, en su mesa, en menos alimentos o en productos de menor calidad.
Para Dominga, el desafío se duplica. Además de la presión por la comida, carga con el peso económico de las enfermedades prevalentes. Los problemas de salud, comunes en la tercera edad, no solo representan un desgaste físico, sino una sangría financiera por medicamentos y cuidados, creando un círculo vicioso donde la enfermedad reduce la capacidad de generar ingresos y, al mismo tiempo, aumenta los gastos de manera inexorable.
Así, diciembre cierra el año dejando un desafío pendiente que va más allá de lo económico. La situación de Dominga expone la intersección entre la salud pública y la vulnerabilidad económica, un ciclo donde la falta de recursos alimenta la mala salud y la mala salud profundiza la pobreza. En una temporada que promete abundancia, su historia es un recordatorio crudo de que, para muchos, la prioridad no será el festejo, sino simplemente llegar a enero.