Durango celebra el Día de Muertos entre flores, memoria y convivencia viva
Sociales

Durango celebra el Día de Muertos entre flores, memoria y convivencia viva

Por: Luis Carlos Bruciaga
Durango
Fecha: 30-10-2025

Mientras el olor del cempasúchil inunda las calles y el sabor del pan de muerto endulza los hogares, los duranguenses demuestran una vez más que la muerte, para ellos, no es un motivo de luto, sino una razón para celebrar la vida. El Día de Muertos, cada 2 de noviembre, se convierte en la máxima expresión de una tradición que se niega a morir, transformando panteones y altares domésticos en espacios de vibrante convivencia donde los vivos y los muertos se reencuentran en una fiesta cargada de color, música y memoria colectiva. Esta práctica, que mezcla el sincretismo ancestral con elementos contemporáneos, es un acto de resiliencia que fortalece los lazos comunitarios y redefine el concepto mismo de la partida.

Los protagonistas de esta celebración son las familias duranguenses en su totalidad, desde los niños que ayudan a decorar las ofrendas hasta los ancianos que comparten anécdotas de sus seres queridos. Personas como la señora Virginia, quien sin tener un vínculo sanguíneo visita cada año la tumba de la familia que la acogió en su adolescencia, ejemplifican cómo esta tradición trasciende los lazos biológicos para convertirse en un ritual de agradecimiento y lealtad. Son los ciudadanos comunes quienes mantienen viva esta práctica, llenando los panteones no con dolor, sino con una singular alegría nostálgica.

La forma en que se desarrolla esta celebración es a través de una preparación meticulosa y una ejecución festiva. Los panteones, especialmente el Panteón de Oriente en Durango, se transforman los días 1 y 2 de noviembre en espacios bulliciosos donde las tumbas se adornan con flores de cempasúchil, velas, fotografías y los alimentos favoritos de los difuntos. Las familias llegan cargadas de comida, sillas y manteles para pasar horas e incluso todo el día compartiendo música, anécdotas y recuerdos con quienes ya no están físicamente, pero cuya presencia se siente más viva que nunca.

El momento cumbre de esta tradición ocurre precisamente durante los dos primeros días de noviembre, aunque los preparativos inician semanas antes con la elaboración de las ofrendas y la compra de los elementos necesarios. Es en estos días cuando la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se difumina simbólicamente, permitiendo ese reencuentro tan esperado.

El lugar donde esta celebración alcanza su máxima expresión es en los panteones de la ciudad, particularmente en el Panteón de Oriente, pero también en los hogares, donde los altares domésticos se convierten en el centro de la vida familiar. La tradición se extiende por todo el estado de Durango, demostrando que esta práctica no es solo un acto individual, sino una manifestación cultural que une a toda una comunidad. Lejos de ser una tradición estática, el Día de Muertos respira al ritmo de su gente, reinventándose cada año mientras mantiene su esencia: demostrar que la muerte no es el final, sino una razón más para celebrar la vida con la misma intensidad con que se honra a quienes ya partieron.


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