Durango se está quedando sin pulmones. Mientras la mancha urbana crece de forma desordenada, la cantidad de áreas verdes por habitante se desploma a niveles peligrosos, muy por debajo de los estándares internacionales, configurando una crisis silenciosa que afecta la salud física y mental de los duranguenses. La Organización de las Naciones Unidas recomienda entre 9 y 12 metros cuadrados de área verde por persona; en la capital y su zona metropolitana, la realidad es lacerante: apenas se dispone de 3 a 5 metros cuadrados. Este déficit no es un problema estético, sino una cuestión de salud pública y justicia social que exige una política de reforestación urgente y agresiva.
Los principales afectados por esta carencia son los ciudadanos que residen en la zona metropolitana de Durango, quienes ven limitado su acceso a espacios que mitiguen la contaminación, provean sombra y ofrezcan oportunidades de recreación. Frente a esta problemática, especialistas en urbanismo y medio ambiente señalan con preocupación la ausencia de una estrategia integral por parte de las autoridades. Ellos son quienes alertan sobre las consecuencias de un crecimiento urbano que prioriza la construcción de viviendas sobre la destinación de suelo para parques, incumpliendo frecuentemente la normativa y sepultando bajo concreto cualquier posibilidad de reverdecer la ciudad.
La forma en que se manifiesta este problema es multifacética. Por un lado, existe una alarmante tasa de mortalidad de los árboles plantados: de cada cien ejemplares, entre ochenta y noventa mueren por falta de seguimiento y mantenimiento adecuado, tanto de las autoridades como de la sociedad. Por otro lado, muchos de los parques existentes se encuentran descuidados, mal iluminados y convertidos en focos de inseguridad, lo que disuade a la ciudadanía de utilizarlos. Además, iniciativas bienintencionadas como los "microbosques" ?pequeñas plantaciones de cinco a ocho árboles? resultan insuficientes si no van acompañadas de un plan de supervivencia a largo plazo.
El momento de actuar es ahora, en un contexto donde la ciudad sigue expandiéndose sin una planeación que integre corredores verdes conectados. La urgencia es mayor si se considera que el déficit no hará más que aumentar con el crecimiento poblacional.
Una "área verde de calidad" no se limita a los parques tradicionales; incluye jardines públicos, camellones arbolados, bosques urbanos e incluso techos y muros vegetales. Invertir en ellos es una de las intervenciones más rentables que puede hacer un gobierno, no solo para mejorar la calidad del aire y regular la temperatura, sino para devolverle a la comunidad espacios de convivencia y esparcimiento. La solución requiere más que plantar árboles; exige un mapeo riguroso, mantenimiento constante y, sobre todo, la voluntad política para entender que cada metro cuadrado de verde que se pierde es un paso hacia una ciudad más enferma y menos habitable.