De ser vistos como plaga en los campos, los chapulines hoy se han convertido en protagonistas de la cocina mexicana moderna. Lo que durante siglos fue costumbre en Oaxaca, Guerrero y Puebla, comienza a ganar terreno en estados del norte como Durango, donde incluso las recientes invasiones de chapulines en cultivos han puesto sobre la mesa la posibilidad de convertirlos en una fuente de alimento y de negocio.
Los estudios respaldan su valor nutricional: un kilo de chapulines puede tener más proteína que la carne de res, cerdo o pollo. Contienen hasta 53% de proteína, además de fibra, calcio, zinc y vitaminas del complejo B. También aportan quitina, sustancia que favorece la digestión, y su bajo contenido en grasa los hace ideales para dietas balanceadas.
Su aporte va más allá de la nutrición. Organismos internacionales como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) señalan a los insectos comestibles como parte de la solución ante la crisis alimentaria y el cambio climático. Los chapulines requieren menos agua, tierra y generan menos emisiones que la ganadería tradicional, lo que los coloca como una alternativa sustentable y competitiva.
Aunque siempre se han vendido en mercados del sur, ahora los chapulines se encuentran en más plazas y tianguis del norte. En Durango, donde las plagas han afectado hectáreas de cultivo, algunos productores ven en su recolección no solo un método de control, sino también una oportunidad de ingreso económico. Incluso se trabaja en harinas y botanas gourmet que aprovechan su versatilidad.
Especialistas advierten que su consumo debe cumplir con normas de higiene para evitar riesgos: pesticidas, metales pesados o restos de sus patas pueden representar problemas si no se procesan correctamente. La falta de regulación clara es un reto pendiente para que este alimento gane más terreno en el mercado formal.
Los chapulines ya no solo son un antojo con limón y chile: están en restaurantes, en empaques gourmet y en proyectos de innovación alimentaria. Lo que antes se veía como una plaga hoy se perfila como la comida del futuro, capaz de unir tradición, nutrición y sustentabilidad.