Fe guadalupana en Durango persiste entre tradición familiar y cambios generacionales

Por: Luis Carlos Bruciaga
Durango
Fecha: 12-12-2025

Un manto de fe tejido durante siglos cubre cada 12 de diciembre las calles de Durango, donde la identidad mexicana y la devoción guadalupana se funden en un solo sentimiento colectivo. Para miles de duranguenses, ser mexicano es, ineludiblemente, ser guadalupano, una tradición que trasciende lo religioso para convertirse en un patrimonio cultural y familiar que se respira en el aire durante estas fechas.

Esta devoción es un legado que se transmite de generación en generación. Para fieles como Esmeralda, visitar a la Virgen no es un acto aislado, sino una práctica heredada: "Yo vengo porque mi mamá también me traía", afirma, resumiendo la cadena de fe que une a las familias duranguenses a lo largo de los años. Es un ritual que se aprende en casa, un compromiso que se asume casi como un segundo apellido.

Sin embargo, en el crisol de la modernidad, esta tradición encuentra nuevos desafíos. Las nuevas generaciones enfrentan otras prioridades y dinámicas familiares diferentes. En algunos hogares, como señala Raymundo, párroco del santuario de Guadalupe, la transmisión de esta devoción no se ha dado con la misma intensidad, reflejando cómo los cambios sociales y la secularización van modificando, sin borrarla, la expresión de la fe.

Para quienes mantienen viva la llama, asistir cada diciembre se ha convertido en una tradición inquebrantable. Lo que los mueve, más que el ritual en sí, es una fe profunda y una convicción que va más allá de lo material. Acuden a dar gracias, como explica Faustino, agradeciendo simplemente la salud y la vida del año que termina, sin necesidad de haber pedido un milagro específico, sintiendo que el acto de agradecer ya es, en sí mismo, una forma de milagro.

La manifestación de esta fe es tan diversa como los propios creyentes. En las peregrinaciones conviven danzantes que ofrendan con su sudor, familias que caminan unidas, devotos que avanzan de rodillas en un acto de profunda humildad y personas que simplemente observan con respeto. En Durango, lo importante no es cómo se expresa la devoción, sino la esperanza y la fe compartida que, por un día, hace de la ciudad un santuario a cielo abierto donde lo espiritual y lo comunitario se dan la mano.


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