Un silencio lúdico se está apoderando de los patios y las calles de Durango, donde el giro de un trompo o el clack de un balero son sonidos cada vez más extraños, reemplazados por el zumbido electrónico de pantallas y controles. La globalización, con su oferta homogénea y deslumbrante, está arrinconando en el olvido a los juguetes tradicionales, sepultando siglos de memoria cultural y desconectando a las nuevas generaciones de una herencia tangible hecha de madera, barro e imaginación.
La tradición juguetera en México tiene raíces milenarias, que se remontan a figurillas de barro articuladas en Teotihuacán. En Durango, estos juguetes representaban la memoria tangible de la historia local, conocimientos transformados en materia por manos artesanas y un puente entre abuelos y nietos. Sin embargo, ese puente hoy está casi vacío. Ya es raro ver niños jugar a las canicas o con un yo-yo en la calle; la atención está capturada por celulares, tabletas y consolas de videojuegos.
Los números confirman este dominio aplastante. Los juguetes de origen oriental controlan entre el 80% y 85% del mercado mexicano, con categorías como los electrónicos y las figuras de acción bajo su dominio casi total. En un contraste desolador, los juguetes tradicionales hechos localmente apenas representan entre el 15% y el 20% de la oferta disponible, una presencia testimonial en los escaparates.
Este cambio no es solo comercial, es cultural y de desarrollo. Expertos advierten que la pérdida de estos objetos lúdicos afecta el desarrollo psicomotriz y la creatividad, además de cortar un hilo histórico. Los juguetes tradicionales, con su simpleza, invitaban a la inventiva y a la interacción social; los dispositivos electrónicos, aunque potentes, suelen fomentar el juego individual y pasivo.
En cada trompo que deja de girar, en cada balero que ya no suena, se apaga un poco el corazón de un Durango que jugaba, creaba y contaba su historia a través de sus manos. La batalla no está perdida, pero es urgente: se trata de rescatar del olvido no solo objetos, sino una forma de entender el juego, la comunidad y la identidad misma, antes de que el clic de un control remoto borre para siempre el sonido de la tradición.