Reubicación deja a eloteros con pérdidas de hasta siete mil pesos mensuales

Una reubicación forzosa se ha convertido en una sentencia económica para los tradicionales eloteros de la ciudad, quienes luchan por sobrevivir en un nuevo emplazamiento donde la clientela parece haberse esfumado. Lo que para las autoridades fue un reordenamiento, para familias enteras que dependen de este oficio se ha transformado en una espiral de pérdidas mensuales que amenaza con borrar un pedazo de la cultura alimentaria duranguense.

Francisco, comerciante y productor de elote, relata con desesperación la cruda realidad que enfrentan desde que fueron movidos al bulevar Dolores del Río, en las cercanías de la plazuela Baca Ortiz. Explica que la clientela que durante años los ubicaba en su punto original los ha perdido de vista. Los consumidores habituales no los encuentran y los nuevos transeúntes no se detienen, provocando una caída constante y dramática en las ventas que sostenían a sus hogares.

Las cifras que maneja son elocuentes y devastadoras. Cada mes, su negocio registra pérdidas netas que oscilan entre los cinco y los siete mil pesos. Esta sangría económica no es un simple número contable; representa el sustento diario de una familia que, como muchas otras en este gremio, tiene un ciclo productivo integral: ellos mismos siembran, cosechan,  y venden el elote, por lo que la crisis comercial impacta en toda la cadena de valor familiar.

Esta situación ilustra un problema recurrente en las políticas de reordenamiento urbano: la desconexión entre la planeación oficial y la dinámica económica real de los comerciantes informales. Al ser desplazados, no solo perdieron un espacio físico, sino un capital social invaluable: la lealtad de sus clientes y la ubicación estratégica que garantizaba su venta.

El caso de Francisco y sus colegas eloteros es un microcosmos de una vulnerabilidad económica más amplia. Más allá de la anécdota, revela como decisiones administrativas, tomadas sin considerar los flujos comerciales establecidos y las redes de consumo, pueden empujar a familias trabajadoras al borde de la quiebra, borrando de un plumazo años de esfuerzo y poniendo en riesgo una tradición gastronómica que es parte del paisaje y la identidad de la ciudad.