En las calles y plazas de Durango, al igual que en el resto de México, es común toparse con un testigo silencioso de una época pasada: las casetas de teléfonos públicos. Estos aparatos, que fueron alguna vez la columna vertebral de la comunicación interpersonal, se encuentran hoy en un estado de amplio abandono y obsolescencia. El problema central que enfrentan es su casi total desuso, consecuencia directa de la masiva penetración de la telefonía celular, lo que ha convertido a estas infraestructuras en elementos urbanos fantasmas, frecuentemente vandalizados o reducidos a servir como simples soportes para publicidad.
Quienes otorgaron vida a estos equipos fueron, originalmente, grandes concesionarios que obtuvieron permisos del Instituto Federal de Telecomunicaciones para su instalación y operación. Aunque históricamente estuvieron en manos de estas empresas, y a pesar de que muchas concesiones han recibido prórrogas, la realidad es que la inversión para su mantenimiento ha cesado casi por completo. Los únicos usuarios esporádicos en la actualidad son personas que, por diversas circunstancias, se encuentran momentáneamente sin celular, o aquellos que enfrentan una emergencia inesperada y no tienen a la mano otro medio de comunicación.
La forma en que se ha desarrollado este declive es a través de un rápido proceso de irrelevancia tecnológica. Para la gran mayoría de los duranguenses, utilizar un teléfono público es un acto que pertenece al pasado remoto, con muchos ciudadanos afirmando no haber usado uno en más de quince o diecisiete años. La comodidad de tener un dispositivo personal de comunicación, con acceso a internet y múltiples aplicaciones, ha relegado a las casetas a ser meros muebles urbanos obsoletos. Sin embargo, su valor no ha desaparecido por completo; en comunidades rurales y zonas alejadas donde la señal de celular es inexistente o intermitente, estos teléfonos pueden representar el único vínculo confiable con el mundo exterior.
El momento del ocaso definitivo de estos aparatos se ha ido acentuando en la última década y media, acelerado por la popularización de los smartphones y la expansión de las redes móviles. Aunque su uso decayó drásticamente, las concesiones han seguido su curso, generando una desconexión entre la normatividad y la realidad del consumo.
El lugar donde este fenómeno es más evidente es en el espacio público de la ciudad de Durango, donde las casetas abandonadas son parte del paisaje urbano. No obstante, es en las comunidades rurales del estado donde podrían recuperar una función vital. Frente a este panorama, se han planteado alternativas en otros países, donde se ha propuesto reconvertir estas casetas en infraestructura para emisores de wifi o para nuevos sistemas de comunicación. En México, y específicamente en Durango, un proyecto de esta naturaleza enfrentaría la complejidad de depender de la regulación federal y de la voluntad de los concesionarios, lo que hace prever un proceso largo y lleno de trámites burocráticos, dejando a estos vestigios de la comunicación en su actual estado de limbo, a la espera de una reinvención que parece distante.