La cultura incel, nacida en Estados Unidos como un espacio virtual de personas que se autodenominaban "célibes involuntarios", se ha transformado en una subcultura que promueve el odio hacia las mujeres y glorifica la violencia. Lo que comenzó como foros de desahogo hoy funciona como un semillero digital de resentimiento, donde jóvenes encuentran discursos misóginos que, en algunos casos, terminan en tragedias.
En México, este fenómeno ya tiene rostro y víctimas. El 6 de marzo en Guadalajara, Gabriel Alejandro Galaviz asesinó a una mujer en un motel y luego atacó con hacha y cuchillos a trabajadoras de la Universidad Tecnológica de Guadalajara, plantel Olímpica.
El 22 de septiembre pasado, en el CCH Sur de la UNAM, Lex Ashton Cañedo, de 19 años, apuñaló a un estudiante de 16 y a un trabajador, dejando una víctima mortal. Antes del ataque, compartió en redes sociales mensajes cargados de misoginia y violencia. Tras el crimen, se conoció que había planificado la agresión junto con otros miembros de grupos incel en plataformas digitales.
Académicos advierten que la radicalización de estos jóvenes no ocurre en el vacío: se nutre de discursos importados de Estados Unidos, de referentes de internet que, sin asumirse como incel, difunden mensajes misóginos, y de un ecosistema digital que facilita la expansión del odio. Plataformas como Reddit y Discord concentran comunidades que operan bajo nombres camuflados para evitar ser detectadas, donde los usuarios se asumen como rechazados sociales y encuentran en la misoginia una bandera común.
"Hemos notado un incremento, por ejemplo, de seguidores de personalidades o personajes, más bien personajes, como "El Temach", que de algún modo, aunque él no se identifica como Insel y aunque él tampoco promueve un discurso de odio ultrarradical, sí de algún modo también tiene un discurso misógino y un discurso de odio hacia las mujeres", expresó Esmeralda Correa Cortez, Especialista en Estudios sobre Juventud y Cultura
Expertos mencionan que este fenómeno responde también a una "hibridez cultural": los jóvenes en México imitan narrativas de películas y series estadounidenses donde se reproducen estereotipos de popularidad, exclusión y violencia. Esa combinación, sumada a la falta de herramientas emocionales y de comunicación, refuerza la frustración de quienes sienten que no encajan en el llamado "mercado del amor". Muchos de los términos que utilizan en esta subcultura proceden del contexto estadounidense: los "chads", para referirse a los hombres alfa y populares; "foids", término despectivo de las mujeres o "stacys", mujeres que pese a ser sexualmente activas, desprecian a los incel.
Si bien el movimiento incel nació con el testimonio de una mujer que hablaba de su soledad, fue entre hombres donde cobró fuerza, sobre todo entre aquellos que perciben el feminismo como una amenaza. Muchos de ellos rechazan nuevas dinámicas de cortejo y se sienten despojados de estrategias que antes eran toleradas pero que hoy se nombran como acoso.
"Como sociedad y como Estado tenemos que mirar las dos caras. Porque si solamente miramos la cara de las víctimas, los victimarios van a seguir creciendo y los victimarios van a seguir resentidos y van a seguir haciendo daño. Entonces el Estado y nosotros como investigadores tenemos que crear estrategias, programas y políticas que nos permitan avanzar hacia la paz y el diálogo", agregó la especialista.
Por ello, universidades y centros educativos han comenzado a implementar protocolos de género, talleres de sexualidad y espacios de diálogo para que los jóvenes aprendan nuevas formas de relacionarse. Sin embargo, el reto es enorme: solo la Universidad de Guadalajara atiende a casi 370 mil estudiantes, lo que hace inviable un seguimiento individualizado.
El consenso entre expertos es claro: la cultura incel en México ya no es un fenómeno marginal ni silencioso. Su presencia en comunidades digitales, la facilidad con que exporta odio y los ataques que ya se han registrado en el país obligan a diseñar estrategias de prevención psicológica, social y educativa, antes de que más jóvenes vulnerables encuentren en el odio un camino para expresarse.