Los equinoccios son fenómenos astronómicos que representan
momentos clave en la órbita de la Tierra alrededor del Sol.
Ocurren dos veces al año, durante los meses de marzo y septiembre, cuando el Sol se posiciona directamente sobre el ecuador terrestre. Esta alineación da como resultado que el día y la noche tengan prácticamente la misma duración en todo el planeta, marcando así un punto de equilibrio entre la luz y la oscuridad.
El equinoccio de otoño, en particular, señala el fin del verano y el inicio de una nueva estación. Este cambio no solo implica una transición climática, sino también cultural y simbólica. Desde tiempos antiguos, diversas civilizaciones han observado este evento como el comienzo de la temporada de cosecha, un momento de agradecer por los frutos recibidos y prepararse para el invierno.
Además de su relevancia científica, el equinoccio de otoño posee una fuerte carga espiritual. Muchas culturas lo consideran una oportunidad para reflexionar, dejar atrás lo que ya no sirve y reencontrarse con uno mismo. Rituales, ceremonias y prácticas de introspección suelen llevarse a cabo durante esta época, guiadas por el simbolismo del equilibrio entre el día y la noche.
En resumen, el equinoccio de otoño no solo marca un cambio en el calendario, sino que también invita a conectarnos con los ciclos de la naturaleza y a reconocer los momentos de transición como espacios valiosos para el crecimiento personal y colectivo.