En Durango, tres de cada diez egresados universitarios deciden emprender tras terminar sus estudios. Muchos lo hacen ante la falta de opciones laborales, otros por iniciativa propia. Pero iniciar un negocio no solo implica desafíos económicos; también tiene un impacto directo en la salud física y mental de quienes lo intentan.
Los jóvenes emprendedores enfrentan jornadas largas, ingresos inestables y un entorno con poca asesoría. La presión por sostener un negocio, sumada a la falta de experiencia y de redes de apoyo, genera altos niveles de estrés, ansiedad y agotamiento. En muchos casos, estos síntomas se presentan sin que los jóvenes reconozcan que están relacionados con su emprendimiento.
En 2025, un estimado de 20 negocios han cerrado en el centro histórico y alrededores de Durango en un solo mes. Este cierre se ha atribuido a bajas ventas y la dificultad de sostener costos como rentas y salarios.
La disminución sostenida en las ventas, sobre todo en el sector comercio, ha provocado el cierre de numerosos negocios jóvenes. Esto no solo significa una pérdida económica, sino también un golpe emocional. Quienes invirtieron tiempo, recursos y expectativas en un proyecto enfrentan sentimientos de frustración y desgaste, sin contar con apoyo profesional para afrontarlo.
A pesar de que el emprendimiento se promueve como una salida al desempleo, no existen políticas que aborden el bienestar integral del joven emprendedor. La mayoría no recibe formación en manejo del estrés, salud emocional ni herramientas para equilibrar su vida laboral y personal.
Emprender sin respaldo se está convirtiendo en una carga silenciosa para una generación que intenta crear su propio camino en condiciones que no siempre lo permiten.