En México, el hábito de lectura enfrenta una crisis. Aunque el 70?% de los adultos declara haber leído algún material en el último año, los datos muestran una caída constante. En Durango, el problema se acentúa por la falta de acceso a libros, el rezago educativo y la preferencia por contenidos digitales breves.
La mayoría de los jóvenes ya no recurre al libro como fuente de información. Blogs, redes sociales y videos cortos son ahora sus principales canales de lectura. El papel ha perdido presencia frente a lo inmediato, pero esta transición no siempre genera comprensión duradera.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) revela que el 41.8?% de la población aún prefiere leer libros impresos, mientras que el 39.4?% ya opta por contenidos digitales. Las causas son múltiples: precios altos, desinterés, falta de estímulo en casa y en la escuela, y una cultura lectora débil desde edades tempranas.
En Durango, más de 8 mil personas continúan en condición de analfabetismo, muchas de ellas ubicadas en comunidades indígenas. Para ese sector, el acceso a la lectura no es un derecho garantizado, sino una necesidad pendiente.
En años recientes se han promovido ferias del libro, bibliotecas móviles y clubes de lectura. Sin embargo, los esfuerzos han sido insuficientes. Se requiere una política pública más sólida, que acerque libros a la población, que forme lectores desde la infancia y que vincule a la familia en el proceso.
En un entorno saturado de información fugaz, leer se convierte en una forma de resistir. No se trata solo de recuperar un hábito, sino de garantizar el derecho a imaginar, comprender y cuestionar. Apostar por la lectura es apostar por una ciudadanía con pensamiento propio.