Lo que parece una ayuda inofensiva en la vida diaria, como programar una alarma, buscar una receta o agendar una consulta médica, se ha transformado en una relación cada vez más estrecha y preocupante entre las personas y la tecnología.
Expertos advierten que esta dependencia tecnológica va en aumento y puede representar un riesgo cuando sustituye habilidades básicas, reduce la autonomía o afecta la salud mental. Aunque las herramientas digitales han facilitado tareas cotidianas y optimizado procesos, también están generando patrones de uso excesivo, que pueden derivar en estrés, ansiedad o desconexión del entorno social.
Aplicaciones que antes eran opcionales hoy se vuelven indispensables: desde plataformas para estudiar y trabajar, hasta asistentes virtuales que organizan nuestra agenda o controlan dispositivos en el hogar. Esto plantea una pregunta clave: ¿hasta qué punto somos usuarios y en qué momento nos volvemos dependientes?
Especialistas en salud digital recomiendan promover un uso consciente de la tecnología, equilibrando su utilidad con espacios libres de pantallas, fortaleciendo habilidades humanas esenciales y fomentando relaciones sociales cara a cara.