En las calles de cualquier ciudad mexicana conviven, con más tensión que armonía, tres tribus urbanas que no se detienen: quienes van en auto, quienes pedalean y quienes ruedan en moto
Cada grupo tiene su forma de moverse, sus motivos, sus riesgos y su propia queja. El coche protege, pero es costoso. La bicicleta es ágil, pero frágil. La moto es veloz, pero estigmatizada. Todos comparten el mismo espacio, pero bajo reglas mal trazadas y peor respetadas.
Carlos, motociclista por necesidad; Karo, ciclista por convicción; y Fernanda, automovilista por comodidad, son parte de ese cruce cotidiano de trayectorias donde las decisiones personales se entrelazan con la desigualdad urbana.
Mientras el centro de la ciudad presume ciclovías, vías recreativas y opciones para moverse sin auto, en la periferia las banquetas desaparecen, el transporte escasea y los riesgos aumentan.
En esta guerra pasiva -hecha de miradas, esquives y frenazos- nadie dispara, pero todos terminan heridos
Lo que no se planeó
Las ciudades mexicanas se construyeron con la mirada puesta en el automóvil. La infraestructura urbana priorizó durante décadas el tránsito vehicular privado, relegando al peatón, al ciclista y a otros medios alternativos.
El resultado es una convivencia desigual, donde los conflictos entre modos de transporte se han vuelto parte del paisaje.
Tan solo en 2024, la Ciudad de México registró 20 ciclistas fallecidos y más de 2,100 lesionados. Aunque existen más de 230 kilómetros de ciclovías, según ECOBICI, muchas de ellas están mal conectadas.
Es como si las rutas estuvieran cosidas con hilo suelto: hay trayectos que se interrumpen de forma abrupta y obligan al ciclista a improvisar, esquivar, arriesgarse
Algunas ciudades han intentado promover el uso de la bicicleta. Guadalajara, por ejemplo, impulsa desde hace años la Vía RecreActiva, que cierra varias calles los domingos para uso exclusivo de peatones y ciclistas.
Pero estas iniciativas suelen concentrarse en zonas céntricas. En la periferia, donde millones de personas viven, el cambio apenas se percibe. Las calles ahí siguen sin banquetas, sin ciclovías y sin vigilancia.
Karo: rodar es resistir
Karo tiene 28 años. Se mueve en bicicleta todos los días porque vive cerca de estaciones de bici pública y, sobre todo, porque la bici le resuelve la vida: es económica, rápida y le permite evitar el caos del transporte público.
Lo que más valora de pedalear es la independencia; lo que más le enoja, la falta de educación vial. "Nunca se fijan -dice-, piensan que somos escurridizos, igual que los motociclistas, solo por tener dos ruedas".
Hace un tiempo tuvo un accidente con otra ciclista que venía en sentido contrario. El golpe fue directo a la pierna. Terminó en el suelo, adolorida, y sin una disculpa. Aun así, no dejó de usar la bici.
Para ella, pedalear es más que moverse: "Me hace sentir bien, como cuando paseo por el parque. Es libertad"
Carlos: entre el tráfico y la mala fama
Carlos Alberto tiene 33 años. Desde los 17 usa motocicleta, principalmente para ir al trabajo. Aunque tiene automóvil, lo guarda para ocasiones especiales. En su día a día, la moto es su aliada: "Me muevo más rápido, gasto menos. Pero también corro más riesgos".
Le molesta el estigma: que a los motociclistas se les vea como imprudentes o incluso como delincuentes. "No todos andamos corriendo o sin casco. Algunos solo queremos llegar a trabajar, sin gastar tanto".
Ha sido testigo del auge de motos pequeñas, bicis con motor y scooters eléctricos. Para él, esto responde a una razón económica: son más accesibles.
Pero también señala que ese crecimiento trajo desorden. "No hay reglas claras. Nadie sabe por dónde deben circular estos vehículos. Y mientras no se regule, todos vamos a seguir en peligro".
Durante una tormenta reciente, Carlos tuvo que subir a la banqueta, evadir una coladera destapada e invadir brevemente el paso peatonal para evitar un accidente.
No lo hizo por imprudencia, sino por supervivencia. "A veces no hay opción. Si no reaccionas rápido, te caes, te atoras o te accidentas"
Fernanda: el auto como refugio
Fernanda, también de 28 años, lleva dos años manejando su coche propio. Aunque ha usado la bici de forma ocasional, el auto es su transporte principal. "Me siento más protegida, sobre todo porque suelo recorrer distancias largas".
Cuando se sube a la bici, nota enseguida la diferencia: se siente vulnerable. "Con el carro cuido a los demás; en la bici, siento que soy yo la que está más expuesta".
Recuerda un accidente que presenció en el centro de la ciudad. Un ciclista no frenó a tiempo y un auto lo embistió. "Todos se pasan los altos, todos se meten donde no deben. Es un desastre".
Fernanda no cambiaría su coche por una moto, porque las considera más peligrosas.
Pero admite que el futuro de la movilidad podría estar en los vehículos de dos ruedas: "Son más accesibles económicamente. Mucha gente ya no alcanza para coche"
¿La culpa es de quién?
Los automovilistas acusan a las bicis de invadir carriles. Las bicis acusan a los coches de no respetar distancia. Los peatones acusan a todos. Y en medio de todo, las motocicletas parecen no tener un lugar claro.
Mientras discutimos quién tiene la culpa, las cifras aumentan.
El uso de bicicleta creció 221% en 2020 por la pandemia, pero sigue siendo una minoría en una ciudad dominada por el coche
Lo que hace falta (y no es poco)
Esto no es una guerra entre ciclistas, motociclistas y automovilistas. Es un sistema urbano que no ha logrado integrarlos de forma justa y segura. Cada uno tiene motivos para moverse como lo hace, pero casi ninguno tiene condiciones para hacerlo sin riesgo.
Para cambiarlo, se necesita:
Moverse debería ser un derecho, no una batalla diaria. Pero para lograrlo, hay que rediseñar algo más profundo que las calles: la manera en que nos vemos entre nosotros