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Terrenos, casas, herencias: el patrimonio ya no es generacional
Sociales

Terrenos, casas, herencias: el patrimonio ya no es generacional

Por: Fernanda Rivera
CDMX
Fecha: 05-08-2025

Durante décadas, muchas familias mexicanas depositaron su esperanza en una fórmula aparentemente infalible: que sus hijos estudiaran más, trabajaran duro y, con ello, lograrán una vida mejor que la suya.


Este ideal, heredado generación tras generación, alimentó el anhelo de movilidad social y patrimonial, es decir, el sueño de subir en la escalera económica y dejar algo tangible a quienes vienen detrás: una casa, un terreno, un pequeño negocio.


Sin embargo, ese sueño comienza a desdibujarse. En el México actual, estudiar más que los padres o conseguir un trabajo mejor no garantiza que los jóvenes puedan acceder a un patrimonio propio o heredado. El esfuerzo, por sí solo, ya no alcanza.


La educación ya no garantiza una vida mejor




El informe "Barreras estructurales a la movilidad social intergeneracional en México: Un enfoque multidimensional", elaborado bajo la supervisión de la CEPAL, muestra que aunque hay avances en escolaridad y ciertos movimientos en el empleo, la movilidad económica y patrimonial entre generaciones está estancada o, en algunos casos, ha retrocedido.


De acuerdo con el estudio, más de dos tercios de la población mexicana ha logrado un nivel educativo superior al de sus padres.


Este avance, conocido como movilidad educativa ascendente, parecería una buena noticia, y lo es, al menos en apariencia. También se ha observado una movilidad ocupacional: cuatro de cada diez personas han conseguido empleos de mayor jerarquía que los de sus progenitores. No obstante, el panorama cambia drásticamente cuando se habla de dinero y patrimonio.




A pesar de estos progresos en educación y empleo, la movilidad económica ha sido baja o nula. Es decir, las mejoras en escolaridad y ocupación no se han traducido en mayores ingresos ni en un mejor nivel de vida.


Para muchas personas, esto significa que han cumplido con todo lo que la sociedad les pidió: estudiar, trabajar, esforzarse? pero siguen sin poder comprar una casa, ahorrar para el futuro o heredar algo a sus hijos. En otras palabras, están subiendo de nivel en teoría, pero no en la realidad cotidiana.


Orígenes que definen destinos




Uno de los hallazgos más contundentes del estudio es que el origen social sigue siendo un factor determinante en la vida de las personas.


En México, las oportunidades no están distribuidas de manera equitativa desde el inicio. Por ejemplo, el riesgo de que un hombre cuyo padre no terminó la primaria tampoco supere ese nivel educativo es 79 veces mayor que el de alguien cuyo padre tiene estudios universitarios. Incluso si logra avanzar en su escolaridad, las probabilidades de alcanzar un ingreso alto siguen siendo bajas.


Esta brecha se vuelve aún más visible en lo que se conoce como elasticidad intergeneracional, una medida que refleja qué tanto influyen los ingresos de los padres en los de los hijos.




En México, los ingresos de una persona dependen mucho de cuánto ganaban sus padres.


De acuerdo con la CEPAL, esta relación se mide con un indicador llamado elasticidad intergeneracional, que en México es de 0.60 para hombres y 0.59 para mujeres. En países como Dinamarca o Canadá, este número es mucho más bajo, alrededor de 0.30.


Si alguien nace en una familia con poco dinero, es mucho más difícil que logre ganar mucho más en el futuro. De hecho, tiene 35 veces menos posibilidades de llegar a ser de los que más ganan, en comparación con una persona que nació en una familia con mucho dinero.


Esto tiene implicaciones directas en la capacidad de construir patrimonio. Si no se rompe ese círculo, las posibilidades de comprar una vivienda, heredar un terreno o generar ahorro a largo plazo son prácticamente inexistentes.


Además, las distintas formas de movilidad (educativa, ocupacional y económica) no están conectadas entre sí. Es decir, subir en educación o en empleo no garantiza que se suba también en ingresos o en patrimonio.


Esta desconexión (descrita como "movilidad de corto alcance") impide que las generaciones jóvenes realmente puedan avanzar.




La Revista Iberoamericana de Educación Superior (RIES) publicó en 2023 un estudio que ilustra bien cómo funciona esta dinámica.


Analizaron la trayectoria de mujeres egresadas de la licenciatura en Educación Preescolar de la Universidad Pedagógica Nacional. Muchas de ellas comenzaron sus estudios a los 33 años, fuera de la edad normativa, mientras trabajaban y cuidaban a sus hijos.


A pesar de que más del 80% logró una movilidad educativa ascendente respecto a sus padres y madres, y de que muchas mejoraron su posición ocupacional, sus condiciones económicas seguían siendo precarias


La ilusión de la casa propia




Uno de los símbolos más claros de estabilidad patrimonial es la vivienda.


En generaciones pasadas, era relativamente común que una familia pudiera heredar una casa o un terreno, o que los jóvenes pudieran comprar su propio hogar después de algunos años de trabajo. Hoy, ese escenario se ha vuelto cada vez más lejano para muchos.


Los jóvenes enfrentan múltiples barreras: salarios bajos, empleos informales, falta de acceso a crédito, y un mercado inmobiliario con precios que han aumentado más rápido que los ingresos.


Todo esto ocurre mientras sus padres, en muchos casos, accedieron a propiedad gracias a programas de vivienda social o herencias que ya no existen o están fuera del alcance. Así, la posibilidad de construir patrimonio (propio o heredado) se va cerrando, y con ello, también la puerta a una movilidad social real.




Según datos del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), la movilidad educativa no ha garantizado empleos de calidad ni estabilidad económica, el 60% de quienes tienen padres sin estudios no superan la educación primaria, mientras que el 97% con padres profesionales alcanzan al menos la educación media superior.


Sin embargo, esa diferencia en educación no siempre se traduce en mejor acceso a riqueza o propiedad.


La baja movilidad educativa y económica perpetúa las brechas entre clases sociales y restringe la justicia social. También tiene efectos indirectos: incide en la salud, en el manejo de recursos financieros y en la estabilidad emocional de quienes no pueden independizarse ni avanzar económicamente, aunque hayan seguido todas las "reglas del juego".


¿Qué se necesita para cambiar?




El informe de la CEPAL concluye que para romper este ciclo se requieren transformaciones profundas.


No basta con impulsar más educación o más empleos. Se necesitan cambios institucionales que garanticen una distribución equitativa de oportunidades desde el inicio: políticas que aseguren educación de calidad, condiciones laborales dignas, acceso a vivienda asequible, y apoyo a quienes no nacen con ventajas patrimoniales.


Mientras tanto, la realidad sigue golpeando a quienes han hecho todo "como se debe" y, aún así, no pueden avanzar. Jóvenes que, pese a tener títulos universitarios, viven con sus padres; mujeres que logran progresar académicamente, pero pierden su empleo por no contar con prestaciones; familias que, después de generaciones de esfuerzo, no tienen nada que heredar. Esta es la historia silenciosa de la movilidad patrimonial en México.


En un país donde el esfuerzo no siempre rinde frutos y donde el punto de partida determina casi todo, construir un futuro mejor exige mucho más que voluntad individual. Requiere entender que la desigualdad no es solo un problema económico, sino también una barrera que impide que el progreso llegue a todos por igual. 


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