Oaxaca ha perdido 408 mil 415 hectáreas de cobertura forestal entre 2001 y 2023, según datos del Sistema Nacional de Monitoreo Forestal de la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR). De ese total, aproximadamente 66.1 % fueron transformadas en pastizales y 30.79 % pasaron a uso agrícola, esto equivale a un promedio anual de 16,886 hectáreas desaparecidas de bosque.
Las regiones más afectadas incluyen la Costa, Mixteca y Cuenca, pero el caso más intenso se registra en las cuencas del Alto Tehuantepec y del Tequisistlán, donde confluyen zonas productoras de mezcal. Dentro de estas regiones, municipios como Sola de Vega en la Sierra Sur enfrentan presiones por expansión del cultivo de agave, pese a que algunas comunidades han empezado a adoptar sistemas agroforestales para conciliar producción con conservación.
El motor principal del cambio de uso del suelo es la demanda de tierras para mejorar la producción de agave en zonas que históricamente tenían bosque tropical o selva baja. A ello se suman la ganadería extensiva, la agricultura de subsistencia, incendios forestales, tala ilegal, plagas y actividades de expansión territorial agrícola.
Para frenar esta tendencia, el gobierno de Oaxaca, a través de la Comisión Estatal Forestal (Coesfo), ha emprendido programas como Reforesta Oaxaca, que en los últimos años ha reforestado más de 9,410 hectáreas en 448 municipios. En 2024 se emplean 26 viveros con capacidad para reforestar hasta 11 mil 500 hectáreas.
Las acciones incluyen rehabilitación de viveros, restauración de zonas afectadas por incendios, saneamiento forestal terrestre y aéreo, y coordinación comunitaria para reforestación.
Sin embargo, la efectividad es limitada: la superficie restaurada equivale a una fracción pequeña frente al ritmo de deforestación. Además, los proyectos enfrentan dificultades de financiamiento, seguimiento técnico, mantenimiento de plantaciones y continuidad institucional. En zonas de alta presión productiva, muchas reforestaciones no logran consolidarse; más allá de plantar árboles, el gran reto será detener el impulso que genera el cambio de uso de suelo.