Durante los meses más críticos de la pandemia por COVID-19, mientras el mundo enfrentaba una crisis sanitaria sin precedentes, otro fenómeno crecía silenciosamente en el entorno digital: el aumento de la misoginia en redes sociales.
Encierros prolongados, mayor conexión a plataformas digitales y una tensión social generalizada crearon un caldo de cultivo perfecto para que los discursos de odio, particularmente contra las mujeres, se volvieran más frecuentes, violentos y normalizados.
La virtualidad se convirtió en refugio, pero también en escenario de ataques contra las mujeres, desde comentarios machistas hasta amenazas, la violencia de género migró al entorno digital.
En 2021, el Estado de México registró la mayor prevalencia de violencia contra mujeres de 15 años o más, con un 78.7 por ciento. Para 2024, el 22 por ciento de las mujeres usuarias de internet en México reportaron haber sufrido ciberacoso; en ese mismo año se registraron mil 313 casos de violencia digital en el Estado de México y Toluca encabezó la lista con 421 reportes, seguido de Ecatepec con 377 y Cuautitlán Izcalli con 183.
La misoginia en las redes sociales no solo se manifiesta en actos directos de violencia, sino también en la manera en que el lenguaje contribuye a la construcción de violencia simbólica.
A través de palabras y expresiones, se crean discursos que refuerzan la discriminación y el odio hacia las mujeres. Frases como "una perra menos", locas" "eso y mas se merecen" comúnmente encontradas en plataformas como X, facebook e instagram son ejemplos claros de misoginia, ya que se refieren a una mujer de forma despectiva, despreciativa y denigrante.
El uso de estas expresiones coloca a las mujeres en un espacio de inferioridad, inmadurez e irracionalidad. Al hacerlo, el lenguaje se convierte en una herramienta poderosa que no sólo refleja, sino que también perpetúa la violencia estructural y cultural contra las mujeres.
El maltrato es algo mucho más amplio; va más allá de las relaciones de pareja y de lo que se percibe a simple vista. Expertos indican que los espacios creados para democratizar el diálogo y fomentar la comunidad se han transformado en canales donde prolifera una toxicidad cada vez más compleja y peligrosa contra las mujeres.
Las palabras no solo tienen poder para comunicar, sino también para silenciar, someter y perpetuar estigmas.