Hoy se cumplen 57 años de la masacre de Tlatelolco, uno de los episodios más oscuros en la historia contemporánea de México. El 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, miles de estudiantes y ciudadanos que exigían democracia, libertades y justicia fueron reprimidos de manera violenta por fuerzas del Estado.
Aquel día dejó una herida abierta en la memoria nacional. No solo por las vidas arrebatadas, sino también por el silencio oficial que durante décadas intentó ocultar la verdad. Las voces que exigían un país más libre y justo fueron silenciadas, pero el eco de su lucha sigue vivo.
Recordar Tlatelolco es más que un acto conmemorativo; es un ejercicio de memoria colectiva que obliga a mirar el pasado para comprender el presente. Mantener viva esta memoria significa defender los derechos humanos, la libertad de expresión y la justicia, pilares fundamentales de una sociedad democrática.
El 2 de octubre no se olvida porque recuerda que la represión nunca puede ser respuesta a la demanda de libertad. Conmemorar este suceso es un compromiso ético y ciudadano: garantizar que las generaciones futuras vivan en un país donde el diálogo, el respeto a la diversidad y la dignidad humana prevalezcan sobre la violencia.
A 57 años, el legado de Tlatelolco es una advertencia y, al mismo tiempo, una esperanza: nunca más una represión contra quienes alzan la voz por un México más justo y democrático.