Diciembre llega con celebraciones, frío y días más cortos. Aunque para muchos es una época festiva, la disminución de horas de luz solar provoca efectos directos en el cerebro que pueden alterar el estado de ánimo, la energía y el sueño. Este fenómeno, común en invierno, es uno de los principales detonantes del llamado Trastorno Afectivo Estacional (TAE).
La luz solar es fundamental para regular el reloj biológico interno. Cuando los días se acortan, el cerebro recibe menos estímulos luminosos a través de la retina, lo que afecta la producción de dos sustancias claves: serotonina y melatonina. La primera se conoce como la hormona del bienestar; niveles bajos se asocian con tristeza, irritabilidad y falta de motivación. La segunda regula el sueño. En invierno, el cerebro produce melatonina por más tiempo, generando somnolencia, cansancio y dificultad para concentrarse.

Además, la falta de luz altera el funcionamiento del hipotálamo, región encargada de equilibrar emociones, apetito y ritmo circadiano. Esto explica por qué muchas personas sienten más hambre, tienen menos energía y experimentan cambios en el estado de ánimo durante diciembre.
Aunque estos efectos son comunes, se intensifican en personas con antecedentes de ansiedad o depresión. Especialistas recomiendan aprovechar al máximo la luz del día, realizar actividad física y mantener horarios regulares de sueño. En casos más severos, la atención psicológica son alternativas efectivas.
La falta de luz no solo modifica el paisaje de diciembre: también transforma silenciosamente la química del cerebro, recordándonos la importancia de cuidar la salud mental en esta temporada.