La inteligencia artificial llegó para quedarse en la educación media superior y superior: desde tutores virtuales y evaluaciones automatizadas hasta analítica de aprendizaje y laboratorios virtuales. En México muchas instituciones de educación superior ya integran IA para personalizar rutas de estudio, detectar riesgo de abandono y optimizar procesos administrativos; universidades públicas y privadas incorporan herramientas de apoyo para búsquedas, generación de materiales y retroalimentación rápida.
Los beneficios citados por docentes incluyen personalización del aprendizaje, ahorro de tiempo en tareas repetitivas, mayor acceso a recursos y apoyo en investigación; entre los riesgos figuran sesgos algorítmicos, vulneraciones a la privacidad, dependencia tecnológica y retos a la integridad académica. Por eso es necesario diseñar marcos institucionales: políticas claras sobre transparencia, consentimiento de datos, formación docente continua y criterios de evaluación que integren el pensamiento crítico frente a contenidos generados por IA.
En la práctica las plataformas más usadas combinan modelos conversacionales (por ejemplo, ChatGPT, Bard, Copilot) con gestores de aprendizaje (Moodle, Blackboard) y herramientas de evaluación/antiplagio (Turnitin), mientras que en investigación se emplean nubes públicas (Azure, Google Cloud) e infraestructuras de supercómputo para proyectos específicos. La adopción exige inversión en infraestructura, capacitación y protocolos éticos.
La IA ofrece oportunidades transformadoras para mejorar la enseñanza, la gestión y la investigación, pero su implementación efectiva requiere consultar de manera permanente a docentes y especialistas, capacitación sistemática, transparencia en las plataformas y políticas públicas que mitiguen riesgos y garanticen equidad.