En estos días, las calles de Oaxaca se visten de cempasúchil, veladoras y calaveras que iluminan el vínculo entre los vivos y sus difuntos. La ciudad entera se convierte en un altar colectivo donde se define con precisión los espacios para colocar ofrendas y altares públicos, priorizando plazas, zócalos y rutas de comparsas. En barrios tradicionales como Jalatlaco o Xoxocotlán, los recorridos se organizan con el apoyo de comités vecinales y la Secretaría de Cultura, que buscan mantener el equilibrio entre la tradición, el acceso público y la seguridad de los visitantes.
Las calaveras de azúcar, decoradas con nombres o dedicadas a familias y colectivos, conservan su simbolismo recordando la certeza de la muerte, pero también la alegría de la vida. Su origen, resultado del encuentro entre las cosmovisiones indígenas y los elementos coloniales, ha evolucionado. Detrás de cada figura hay manos artesanas que sostienen una economía temporal pero esencial para cientos de familias oaxaqueñas.
No obstante, en pleno centro, una instalación sobre la avenida Hidalgo desató críticas al observarse que una de las piezas conservaba la etiqueta "Made in China". El detalle, encendió la necesidad de priorizar el trabajo artesanal local frente a las compras de importación que desvirtúan el sentido cultural de la celebración. En Oaxaca, artesanas y artesanos modelan calaveras en barro, papel maché, madera y alebrije: la presencia de piezas importadas toca una fibra sensible sobre la competencia desleal.
La controversia no es menor en un estado donde más de medio millón de artesanas y artesanos, promedian alrededor de 4,500 pesos en el último trimestre de 2025 según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. En un estado donde las 16 culturas indígenas y el pueblo afromexicano dan vida y alma a cada decoración ancestral, la presencia de piezas importadas se percibe como una amenaza a la identidad colectiva.
El Día de Muertos, reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es para Oaxaca ahora, incluso un símbolo resistencia cultural. El desafío es mantener la autenticidad frente al cambio del mercado social que amenaza con diluir el espíritu de una tradición que cada año devuelve la vida al recuerdo de los que ya partieron.