Xandú, la memoria viva del pueblo zapoteca

Por: Nahomi Flores
Salina Cruz
Fecha: 31-10-2025

En el Istmo de Tehuantepec la llegada del Xandú; palabra zapoteca que significa ofrenda, recibe a las almas que regresan en estas fechas, transformando hogares y mercados. Desde el 25 de octubre las familias empiezan a organizarse para crear los altares que alcanzan su clímax a finales de octubre. El 30 se dedica a los niños difuntos; mientras el 31 y el 1 de noviembre a los adultos, una cronología distinta al resto del país. Estas fechas reúnen rituales, sabores y una logística comunitaria que comienza semanas antes en los tianguis de Juchitán y San Blas Atempa, donde se compran flores, alimentos y adornos.

La tradición se reserva para quienes fallecieron hasta 90 días antes; estas reglas funcionan como un tejido de respeto y memoria entre generaciones. En las marquesinas se coloca un arco de palma o de hojas de caña con flores, pan y frutas que indica que hay ofrenda familiar en los hogares. No debe faltar el copal siempre presente, cuyo aroma purifica además la casa y nutre a las almas mientras conviven con los vivos y guía su regreso.

Para armar el altar se distinguen tipos de ofrenda. Las familias instalan altares con flores de cempasúchil, velas, comida típica y una fotografía; el pan tradicional en forma de rectángulo es indispensable. El orden y la colocación obedecen reglas ancestrales para "guiar" a la visita espiritual y mostrar hospitalidad; cada elemento evoca los gustos del difunto.

Por tradición, los hombres construyen a temprana hora y las mujeres elaboran la comida. El costo de estas ofrendas varía según la cantidad de productos; entre alimentos, flores y música se estima que va de 30 a 40 mil pesos, aunque muchas familias reciben apoyo en especie o dinero mediante la cooperación. Una actividad central es el tequio; vecinos, familiares y conocidos participan desde la mañana en la elaboración de la ofrenda y, más tarde, en el velorio.

Siendo así, una memoria colectiva que se manifiesta en rituales y en la hospitalidad de cada hogar que se crea generación con generación, confirmando una forma de ver la vida y la muerte en el Istmo.



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