Es el mes de la independencia, de los colores patrios, de los antojitos y del famoso Grito que retumba en plazas y hogares. Pero también es el mes en que la tierra parece querer gritar más fuerte que nadie. Para muchos mexicanos, septiembre ya no solo significa fiesta, sino también nerviosismo y recuerdos de tragedias.
Cada año surge la misma pregunta: ¿por qué siempre tiembla en septiembre? La respuesta de los especialistas es clara: no siempre tiembla en estas fechas.
Lo que ocurre es que algunos de los sismos más fuertes han coincidido con septiembre y eso ha marcado profundamente la memoria colectiva. No hay evidencia científica de que la tierra "espere" este mes para moverse; lo que pasa es que México es un país con actividad sísmica constante y en cualquier momento puede sacudirse.
Lo de septiembre, aseguran, ha sido coincidencia. Una coincidencia dolorosa que parece perseguirnos.
¿Cómo y dónde se originan los sismos?
Bajo nuestros pies, la Tierra nunca está en calma.
México se encuentra sobre el temido Cinturón de Fuego del Pacífico, una de las zonas sísmicas más activas del mundo, donde las placas tectónicas se empujan, se hunden y se rozan sin descanso.
Según el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), los sismos nacen del choque de estas gigantescas losas de roca que jamás dejan de moverse.
Cuando la tensión acumulada es demasiada, la corteza terrestre se fractura y la energía se libera en forma de ondas. A este fenómeno se le llama repercusión elástica, y es lo que hace que los edificios crujan, las lámparas se balanceen y millones de personas busquen refugio en cuestión de segundos.
Después del temblor principal, muchas veces llegan las réplicas: movimientos más pequeños pero que pueden sentirse con fuerza, especialmente cuando el sismo original ha sido intenso.
De acuerdo con él Servicio Sismológico Nacional, estas réplicas son resultado del reacomodo de la corteza tras la liberación inicial de energía, y aunque suelen ser de menor magnitud, en ocasiones prolongan la sensación de miedo durante horas o incluso días.
El Servicio Geológico Mexicano señala que los estados costeros como Guerrero, Oaxaca, Michoacán, Colima y Chiapas son los más expuestos, pero la Ciudad de México es particularmente vulnerable porque está asentada sobre un antiguo lago.
Ese suelo blando funciona como una caja de resonancia que amplifica las ondas sísmicas, multiplicando el impacto en edificios y estructuras.
¿Cómo se mide un temblor?
Cuando ocurre un sismo, no basta con decir que fue "fuerte" o "leve".
Para entender su alcance se utilizan escalas que permiten medir tanto la energía liberada como los efectos en la superficie.
La más conocida es la escala de Richter, desarrollada en 1935, que mide la magnitud de un sismo a partir de la energía liberada en el epicentro. Sin embargo, en la actualidad los especialistas utilizan la magnitud de momento sísmico, considerada más precisa para calcular terremotos grandes.
Además de la magnitud, existe la escala de Mercalli modificada, que no mide energía, sino la intensidad con la que el sismo se percibe en distintos lugares. Por ejemplo, un mismo temblor puede sentirse apenas como un ligero movimiento en una ciudad, mientras que en otra puede causar daños severos en edificios.
No todos los temblores se sienten igual.
Según el Servicio Geológico Mexicano, la magnitud indica la energía que libera un sismo, mientras que la intensidad refleja cómo lo perciben las personas en diferentes lugares y qué daños genera. Por eso, un mismo sismo puede causar estragos en un sitio y apenas mover cortinas en otro.
Es importante diferenciar entre magnitud e intensidad: la magnitud es única para cada sismo y no cambia, mientras que la intensidad depende del lugar y las condiciones del terreno. Así, un temblor de magnitud 7 puede sentirse débil en una zona y devastador en otra, como ocurre en la Ciudad de México por su suelo lacustre.
Los sismógrafos registran estos movimientos y, aunque todavía no es posible predecir cuándo ni dónde ocurrirá el siguiente, México ha desarrollado sistemas de alerta como él SASMEX.
Este sistema puede dar entre 50 y 70 segundos de aviso antes de que llegue el movimiento más fuerte. Esos segundos son oro: permiten evacuar edificios, detener el metro o simplemente buscar un lugar seguro.
Sismos históricos que marcaron a México
El sismo de 1979 en Guerrero
El 14 de marzo de 1979, un sismo de 7.6 grados sacudió Zihuatanejo, Guerrero.
Según la Secretaría de Protección Civil, más de 600 edificios resultaron dañados en la Ciudad de México, entre ellos instalaciones de la Universidad Iberoamericana. Aunque no tuvo el mismo impacto mediático que otros, este temblor fue una señal de alerta temprana.
Mostró que incluso un sismo con epicentro en la costa podía causar daños graves a cientos de kilómetros de distancia en la capital. Fue un aviso de lo frágiles que eran muchas construcciones y un precedente para que se empezaran a discutir medidas de prevención y normas de construcción más estrictas.
El terremoto de 1985
El 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 de la mañana, un terremoto de 8.1 grados con epicentro en la costa de Michoacán y Guerrero cambió la historia de México.
La Ciudad de México se convirtió en un escenario de ruinas: hospitales colapsados, edificios enteros derrumbados y miles de personas atrapadas entre escombros. Según cifras oficiales, más de 6 mil personas murieron, aunque organizaciones civiles señalaron que el número real pudo ser mucho mayor.
La réplica del 20 de septiembre, de 7.6 grados, agravó la tragedia. Muchos edificios que habían quedado dañados terminaron por caer, y los rescatistas trabajaban con miedo de que nuevas sacudidas los sorprendieran.
El país entero se estremeció, no solo por el movimiento de la tierra, sino también por la impotencia ante la magnitud del desastre.
Sin embargo, de esa tragedia también nació algo poderoso: brigadas ciudadanas que salvaron vidas, una cultura de prevención que no existía y la creación de instituciones dedicadas a la protección civil.
El sismo de 2017 en Puebla y Morelos
Treinta y dos años después, el 19 de septiembre de 2017, México volvió a temblar.
Un sismo de 7.1 grados con epicentro entre Puebla y Morelos sacudió el centro del país a plena luz del día. Lo impactante no fue solo la magnitud, sino la coincidencia con la fecha del terremoto de 1985.
Muchos mexicanos no podían creerlo: otro desastre el mismo día, aunque en diferente año.
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El sismo provocó el colapso de escuelas, viviendas y oficinas. Decenas de personas perdieron la vida y miles resultaron heridas. La Ciudad de México revivió escenas de angustia, pero también de solidaridad. Las sirenas, los voluntarios removiendo escombros con las manos, los rescates de última hora y las lágrimas fueron imágenes que recorrieron el mundo.
Y aunque las réplicas mantuvieron a la gente en vilo durante semanas, también quedó claro que México estaba mejor preparado que en 1985: había sistemas de alerta, brigadas entrenadas y protocolos que ayudaron a salvar muchas vidas.
México tiembla, y seguirá temblando.
Septiembre se ha convertido en un mes cargado de simbolismo porque varias tragedias coincidieron en esas fechas, pero como repiten los expertos, la tierra no sigue calendarios.
Puede temblar cualquier día, en cualquier lugar y a cualquier hora.
Lo que sí depende de nosotros es estar listos: conocer las zonas de riesgo, tener un plan familiar, atender las recomendaciones de protección civil y recordar que las réplicas, aunque más pequeñas, también son peligrosas.
Los sismos forman parte de la naturaleza mexicana, pero también lo es la capacidad de levantarse, aprender y ser solidarios. Porque si algo ha demostrado este país es que, aun cuando la tierra se mueve, México nunca se queda quieto.