Han pasado cinco años desde que la pandemia de COVID-19 irrumpió en la vida cotidiana y obligó al mundo a detenerse. En México, aquel cierre abrupto de las escuelas transformó de manera inesperada la enseñanza y dejó huellas profundas en la formación académica, social y emocional de millones de estudiantes.
Para muchos, aprender desde una computadora o un teléfono celular compartido no resultó suficiente.
De acuerdo con estimaciones de Proeducación, en México uno de cada cuatro estudiantes no logró recuperar por completo los aprendizajes fundamentales tras la pandemia.
Datos de la UNESCO revelan que poco más de la mitad de los estudiantes de secundaria y preparatoria alcanzan niveles mínimos de competencia tras la pandemia.
Si bien la pérdida académica es evidente, los efectos más difíciles de revertir se encuentran en el terreno socioemocional. Tanto alumnos como docentes de la Universidad Autónoma del Estado de México coinciden en que las competencias sociales y emocionales fueron las más trastabilladas tras la pandemia.
La falta de interacción, el aislamiento y la ausencia de espacios de socialización afectaron el desarrollo de la personalidad de quienes transitaron la secundaria y la preparatoria en confinamiento. Hoy, al ingresar a la educación superior, muchos jóvenes enfrentan dificultades para integrarse plenamente en los ambientes académicos y en la construcción de relaciones interpersonales.
El COVID-19 no sólo transformó la forma de enseñar, también puso en evidencia las vulnerabilidades estructurales del sistema educativo.