En calles, pantallas y conversaciones cotidianas, la violencia ha dejado de ser una alarma social para convertirse en una escena más del día a día.
Desde canciones que glorifican a criminales hasta contenidos virales que celebran actos delictivos, la apología del delito se ha infiltrado en la cultura popular con una normalidad preocupante.
En el Estado de México, la apología del delito está claramente tipificada y penalizada. El Código Penal local establece sanciones para quienes, a través de cualquier medio de difusión, exalten el crimen o glorifiquen a quienes lo cometen. Esto incluye a artistas, productores, promotores e incluso al público que participa o celebra estos actos.
No obstante, a pesar de esta regulación, la exaltación de la violencia y de figuras vinculadas al crimen organizado se ha vuelto cada vez más común y socialmente aceptada en distintos espacios, desde redes sociales hasta escenarios musicales. Ferias, palenques y otros eventos públicos han sido escenario de expresiones que rayan en la apología del delito.
Cuando la juventud participa, de forma activa o pasiva, en la apología del delito, las consecuencias trascienden el ámbito legal y se extienden al plano social, psicológico y cultural.
A decir de expertos en materia legal y de estudios sobre construcción de paz, enaltecer o consumir contenidos que glorifican la violencia, el narcotráfico o a figuras delictivas contribuye a la normalización de conductas antisociales y a la erosión de los límites entre lo correcto y lo criminal.
Esta exposición constante puede provocar la pérdida de valores comunitarios, un incremento en la tolerancia hacia la violencia y aspiraciones distorsionadas basadas en el poder ilícito.
Como resultado, muchos jóvenes terminan integrándose a estructuras delictivas que les ofrecen reconocimiento, pertenencia o ingresos rápidos. En ese sentido, la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) reveló en 2020 que cerca de 200 mil niñas, niños y adolescentes estaban en riesgo de ser reclutados por el crimen organizado, lo que confirma que esta problemática no es solo una hipótesis, sino una realidad alarmante que exige atención inmediata.
Ante el avance de la apología del delito, algunos municipios como Texcoco, Tejupilco y Metepec han optado por prohibir los narcocorridos en sus ferias, buscando proteger espacios públicos y promover la convivencia familiar.
Sin embargo, estas medidas son solo el comienzo frente a una cultura que sigue normalizando la violencia. La pregunta persiste, ¿cómo frenar una cultura que aplaude lo que la ley condena?