Han pasado 5 años desde aquel 31 de diciembre de 2019, cuando la Comisión Municipal de Salud de Wuhan alertó a la OMS sobre casos de "neumonía vírica", marcando el inicio de la propagación del COVID-19, una enfermedad que transformó nuestras vidas y al mundo entero.
En México, el primer caso de COVID-19 se confirmó el 27 de febrero de 2020. Apenas 64 días después, la crisis sanitaria ya había alcanzado cifras alarmantes.
Hoy, a casi cinco años, el COVID-19 se ha consolidado como una enfermedad endémica. Aunque su impacto ha disminuido, sigue representando un reto para la salud pública.
En sus primeros años, la enfermedad afectó a millones de mexicanos, pero en los últimos tiempos, los casos han disminuido considerablemente. En el Estado de México, por ejemplo, los contagios bajaron de mil 970 en 2023 a mil 158 en 2024.
Tras esta enfermedad, las rutinas y las medidas sanitarias cambiaron drásticamente, y algunas de ellas se han mantenido hasta hoy. En el sector salud, se implementaron estrictas medidas de prevención, como el uso obligatorio de cubrebocas, el lavado frecuente de manos y el distanciamiento social. Además, se fortalecieron los protocolos de atención hospitalaria y la capacitación del personal médico para enfrentar emergencias sanitarias de esta magnitud.
Un punto clave ha sido la aplicación de vacunas, no solo contra el COVID-19, sino también frente a otras enfermedades respiratorias como la influenza. Esto ha resaltado la necesidad de una respuesta rápida y efectiva ante brotes. Además, la pandemia aceleró la digitalización en la atención médica, facilitando consultas a distancia y el uso de plataformas para la gestión de salud. Sin embargo, persisten retos, especialmente en términos de equidad en el acceso a servicios de salud en las zonas más vulnerables del país.