La agricultura mexicana enfrenta contrastes significativos: de las 196 millones de hectáreas del territorio, solo 29.8 millones se destinan a uso agrícola y, de ellas, cerca del 74 por ciento dependen del temporal. Esto refleja una alta vulnerabilidad frente a sequías y variaciones climáticas, mientras que apenas una cuarta parte cuenta con sistemas de riego, lo que limita la productividad y la seguridad alimentaria.
Según el Censo Agropecuario 2022, en el país existen 4.6 millones de unidades de producción, pero más de la mitad trabajan en parcelas de menos de dos hectáreas. Esta fragmentación se traduce en menor acceso a riego, financiamiento y tecnologías. Además, solo el 19 por ciento está encabezada por mujeres, quienes en promedio tienen superficies más pequeñas y menos recursos que los hombres.
Aunque la producción de granos básicos como maíz, trigo y frijol sigue siendo clave, la agricultura protegida, con cultivos como jitomate, chile o fresa muestra cómo la innovación mejora rendimientos y abre mercados.