La industria de la moda, a pesar de su indiscutible atractivo y relevancia cultural, se ha convertido en una de las más contaminantes del planeta. De acuerdo a un informe de la Ellen MacArthur Foundation, la industria textil es la segunda más contaminante del mundo, solo por detrás de la petrolera.
Cada año, se estima que se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibra, equivalente a tres millones de barriles de petróleo. A su vez, genera el 20% de las aguas residuales a nivel global.
En medio de este panorama, la moda sostenible emerge como una alternativa urgente y necesaria. El slow fashion o moda lenta se posiciona como uno de sus principales referentes. Más que una tendencia pasajera, el slow fashion representa una filosofía que busca transformar la manera en que se diseña, produce y consume la ropa
En contraposición al fast fashion o moda rápida, caracterizado por su producción masiva, obsolescencia programada y bajo costo, el slow fashion apuesta por un modelo consciente, ético y respetuoso. Se basa en la calidad por sobre la cantidad, priorizando materiales sostenibles, procesos de producción responsables y condiciones laborales justas.
El slow fashion no solo involucra a diseñadores y marcas en la búsqueda de un futuro más verde, sino que también interpela a los consumidores. Se trata de adoptar un cambio de mentalidad en torno a la moda, valorando la durabilidad por sobre las tendencias pasajeras, comprando de manera responsable y apoyando a marcas comprometidas con la sostenibilidad.
La industria textil tiene la responsabilidad de tomar medidas urgentes para reducir su impacto ambiental y social. El slow fashion ofrece un camino viable hacia un futuro más sostenible, donde la moda pueda coexistir en armonía con el planeta y las personas.