Tenancingo, la estrella del sur

A 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar, Tenancingo se levanta como un secreto entre montañas. Yo llegué con una misión: subir los mil 195 escalones del Cristo Rey.

El calor me castigaba, los pulmones se quejaban, pero en la cima entendí todo. Una placa decía: "Desde las alturas se ve mejor la omnipotencia de Dios y la miseria del Hombre". Y sí, frente al horizonte uno se siente pequeño, pero también infinito.

De regreso, la sorpresa: una alberca en lo alto, un oasis improbable. El agua me devolvió la vida y me recordó que el viaje también se trata de hallazgos inesperados.

Después, el hambre. En Tenancingo no se negocia: hay que probar el obispo. Dudé antes de darle el primer bocado, pero como decía Bourdain, hay que mantener la mente abierta. El sabor fue un golpe de tradición: recio, intenso, inolvidable.

Tenancingo es eso: un rincón cerca del cielo donde subir, sudar, refrescarse y comer se convierten en una experiencia que vale cada escalón.