En el municipio de Veracruz, la crisis del agua no solo se manifiesta en la escasez del recurso o la sequía prolongada, sino también en la desatención al tratamiento de las aguas residuales. Esta problemática, que se arrastra desde hace décadas, ha generado una situación alarmante tanto para el medio ambiente como para la salud pública.
Toda el agua utilizada en los hogares, comercios, industrias y empresas debería pasar por un proceso de tratamiento.
En reiteradas ocasiones se ha denunciado que las plantas de tratamiento no operan al 100 por ciento y en otros casos ni siquiera funcionan. Esto provoca que una gran cantidad de aguas negras se viertan directamente al mar, lagunas, canales y ríos sin ningún tipo de filtrado.
Esta situación tiene consecuencias graves. La descarga constante de aguas residuales sin tratar afecta gravemente el medio ambiente. Los cuerpos de agua contaminados pierden oxígeno, lo que provoca la muerte de peces y daña la flora y fauna local.
En el caso del mar, la contaminación también afecta la actividad turística y pesquera, dos pilares de la economía veracruzana. Además, las aguas negras son fuente de enfermedades como infecciones gastrointestinales, de piel y respiratorias, sobre todo entre los sectores más vulnerables como niños y personas mayores.
A pesar de que en reiteradas ocasiones se ha anunciado una inversión para mejorar la infraestructura por parte del Grupo Metropolitano de Agua y Saneamiento, la población sigue esperando acciones concretas y efectivas. A esto se suma una falta de transparencia y supervisión, que permite que las empresas operen sin cumplir con los estándares ambientales.
Veracruz enfrenta una emergencia silenciosa que no debe ser ignorada. Las aguas negras, invisibles para muchos, representan un peligro tangible que afecta la salud, el medio ambiente y la dignidad de sus habitantes.