En el estado de Veracruz, el acoso escolar o bullying se ha convertido en una problemática persistente que afecta a estudiantes de todos los niveles educativos. A pesar de los esfuerzos institucionales, las cifras y los testimonios de víctimas revelan una realidad alarmante que demanda atención urgente.
Según datos de la Secretaría de Educación de Veracruz (SEV), entre 2018 y 2023 se registraron 192 casos de acoso escolar. De estos, el 63 por ciento corresponden a agresiones en escuelas primarias, mientras que el 21 por ciento por ciento ocurrieron en secundarias.
La Psicóloga Especialista en Niños y Adolescentes, Diana Loyo, señaló que la comunicación es primordial, por otro lado, en el caso de los niños agresivos suelen replicar conductas que observan.
"Se debe reconocer que un niño que agrede, son comportamientos que no son sanos, también se debe de orientar y apoyarlos y por supuesto capacitar a los docentes y reforzar los protocolos, en el caso contrario, de quien sufre acoso, brindar la confianza al menor para que sea capaz de pedir apoyo".
El acoso escolar en Veracruz se atribuye a múltiples factores, incluyendo la falta de empatía, problemas familiares, y la ausencia de una cultura de denuncia. Además, la normalización de conductas agresivas y la falta de intervención oportuna por parte de autoridades contribuyen a la perpetuación de este fenómeno.
Uno de los casos más recientes, ocurrió en Xalapa Padres de familia de la Escuela Primaria Manuel R. Gutiérrez, cerraron las instalaciones en octubre de 2024 debido al acoso que sufrían estudiantes y una maestra por parte de una alumna de quinto grado y su madre.
Aunque el estado de Veracruz cuenta con una Ley contra el acoso escolar, así como protocolos y sanciones contra el bullying los resultados dejan mucho que desear.
De los 11.7 millones de menores de 12 a 17 años que asisten a la escuela en México, 28 por ciento señalaron haber sido víctimas de acoso escolar, es decir 3.3 millones de estudiantes han sufrido esta forma de violencia en el país.
El bullying daña la autoestima, genera trastornos psicológicos y obstaculiza el desarrollo integral de niñas, niños y adolescentes. Ignorarlo no solo hace que continúe la violencia, sino que pone en riesgo el futuro de quienes deberían encontrar en la escuela un espacio seguro para crecer.