Boleadores de Zamora mantienen viva una tradición centenaria

En México, el oficio de bolear calzado se consolidó durante los años de la Revolución. Desde entonces, se ha convertido en una práctica que combina técnica, paciencia y cercanía. En plazas y mercados, era común ver a personas sentadas en sillas altas, leyendo el periódico o conversando mientras sus zapatos volvían a brillar.

Antonio Torres Pedraza es uno de los cuatro boleadores que aún trabajan en la plaza principal de Zamora. Lleva 15 años en el oficio, el cual aprendió de su padre. El bolear no es solo limpiar por limpia, la piel es delicada, hay que saber tratarla y no cualquiera lo hace bien.

Su proceso es meticuloso: jabón especial para no dañar el material, trapos de microfibra que evitan raspones, crema para suavizar, betún para dar color y un último pulido para lograr el brillo perfecto. Cada boleador tiene su estante y su clásica silla acolchonada, diseñada para trabajar con precisión y comodidad.

Aunque antes era habitual ver boleadores en distintos puntos de la ciudad, hoy el oficio enfrenta nuevos retos. El uso de tenis ha desplazado al calzado clásico, y la afluencia de clientes varía. Algunos días hay movimiento, otros pasan sin atender a nadie. Aun así, Antonio y sus colegas conservan clientela fiel que valora su trabajo y les hace encargos.

Con una inversión de entre $300 y $400 en materiales, estos artesanos siguen apostando por su oficio. Más allá del servicio, ofrecen cercanía, atención y garantía, elementos que no siempre se encuentran en otros modelos de consumo.

La invitación es clara: no dejar morir esta tradición. Bolear calzado es más que estética, es cultura, es memoria, es sustento. Apoyar a los boleadores es también apoyar al comercio local, a quienes con dignidad y esmero mantienen viva una práctica que forma parte del alma urbana de Zamora.