Sin cartel ni convocatoria, así luce una tarde de plaza en Zamora.

 No hay evento oficial ni programa cultural. Pero hay vida. Hay risas de niños, señoras que conversan, jóvenes que cantan. La ciudad se cuenta a sí misma, sin guion.

En el mercado de los dulces, los comerciantes sonríen. "Desde el Día de Muertos hay más movimiento. La gente está saliendo, ya se animan a comprar cosas para Navidad o buscan aprovechar el Buen Fin", comenta una vendedora mientras acomoda sus productos. El repunte no es masivo, pero se siente. Y eso alegra.

Por el andador Guerrero, un joven canta con guitarra nueva. Hace un año, sufrió un altercado en esta misma plaza. Hoy, con apoyo y trabajo, ha vuelto a tocar. "Aquí me siento seguro, me siento parte", dice. Su voz se mezcla con el murmullo de la fuente y los pasos de quienes cruzan.

Don Ignacio, vecino de toda la vida, elige siempre la banca frente al mercado. "Nos gusta sentarnos aquí a platicar con todos. La plaza es de todos", afirma mientras saluda a los que pasan. 

No hay escenario ni micrófono. Pero hay encuentro. Hay memoria. Las plazas de Zamora no necesitan permiso para latir. Hoy lo hicieron con fuerza.

En tiempos donde la seguridad y la economía marcan el pulso de la ciudad, estos espacios ofrecen algo más: presencia, comunidad, afecto. Son el corazón que no se anuncia, pero que nunca deja de latir.