En Zamora, Michoacán, el trabajo informal se ha convertido en una realidad cotidiana que atraviesa la vida económica y social de la ciudad. La proliferación de negocios ambulantes en calles y plazas es reflejo de un fenómeno que, lejos de ser marginal, constituye una estrategia de subsistencia para miles de familias. La informalidad, aunque evita impuestos y trámites burocráticos, implica la renuncia a derechos laborales básicos como seguridad social, atención médica y pensiones.
Para algunos trabajadores, la informalidad es una elección. La posibilidad de obtener ingresos sin cargas fiscales y con mayor autonomía resulta atractiva frente a un mercado laboral formal que no garantiza sueldos suficientes para sobrevivir. Los empleos formales, aun con prestaciones, suelen ofrecer salarios bajos que no alcanzan para cubrir el costo creciente de la vida. En este contexto, la informalidad aparece como una alternativa más rentable y flexible.
El aumento en el precio de la comida ha reforzado esta tendencia. Los negocios ambulantes, al operar con menores gastos, pueden ofrecer productos a precios más accesibles que los establecimientos formales. Esta ventaja no solo beneficia a los consumidores, sino que también motiva a los trabajadores a optar por la informalidad, al percibir que allí existe una oportunidad de ingresos más inmediata y ajustada a la realidad económica local.
Sin embargo, esta aparente ventaja se convierte en vulnerabilidad. La falta de seguridad social y de mecanismos de protección coloca a los trabajadores en riesgo ante enfermedades, accidentes o la vejez. Además, la informalidad limita la recaudación fiscal y reduce los recursos disponibles para financiar servicios públicos, perpetuando un círculo de desigualdad.
El dilema en Zamora es evidente: la informalidad ofrece ingresos inmediatos y precios competitivos, pero perpetúa la precariedad y la exclusión. Resolverlo requiere políticas públicas que combinen incentivos y garantías, como la simplificación de trámites, la reducción de cargas fiscales iniciales y programas de apoyo a pequeños negocios. Sobre todo, es necesario que los empleos formales ofrezcan sueldos justos y condiciones dignas, de modo que la formalidad deje de ser vista como un costo y se convierta en una verdadera oportunidad de desarrollo.
Mientras la informalidad siga siendo la opción más accesible, miles de zamoranos permanecerán en la precariedad. El reto es construir un entorno en el que la elección de trabajar formalmente sea viable y atractiva, y en el que la necesidad de recurrir a la informalidad deje de ser la única alternativa.