Adiós a la herencia: la nueva crisis generacional
Sociales

Adiós a la herencia: la nueva crisis generacional

Por: Fernanda Rivera
CDMX
Fecha: 07-08-2025

Durante décadas, heredar una casa, un terreno o un pequeño negocio familiar fue una aspiración común entre millones de mexicanos.


Representaba no solo un respaldo económico, sino también un símbolo de continuidad, identidad y pertenencia. Era el fruto del trabajo de los padres o abuelos, un legado tangible que daba certeza y ayudaba a imaginar un futuro más estable.


Pero esa visión del patrimonio como base para comenzar la vida adulta parece alejarse cada vez más de la experiencia de las nuevas generaciones.


Hoy, para muchos jóvenes, heredar ha dejado de ser una expectativa realista. No solo porque los bienes familiares han dejado de existir en muchos casos (vendidos para sobrevivir, fragmentados entre varios herederos o imposibles de mantener), sino porque la propia cultura que sostenía esa expectativa ha cambiado.




En su lugar, emergen valores que priorizan la autonomía, la movilidad, la adaptabilidad y, en muchos casos, la resignación frente a un sistema que no ofrece garantías.


Vivir con los padres después de los 30 años, alquilar de por vida o compartir vivienda con amigos no es ya solo una opción transitoria: para millones, se ha vuelto una condición estructural.


Las promesas de heredar, de crecer bajo un techo seguro que se volvería propio algún día, se han desdibujado. Pero ¿cómo llegamos hasta aquí? ¿Qué cambios culturales ayudaron a borrar esa idea de estabilidad heredada?


Del patrimonio familiar al despojo estructural




Comprender esta transformación requiere mirar más allá de las cifras y revisar cómo ha cambiado nuestra idea de cultura, familia y poder.


En el artículo "Estudios Culturales en México: notas para una genealogía desobediente", publicado en Ciências Sociais Unisinos, se plantea que la cultura en México no puede separarse del poder ni de sus expresiones institucionales. 


Desde el siglo XIX, el Estado mexicano ha intervenido directamente en la definición de lo cultural, muchas veces marginando o invisibilizando las voces populares. 


La idea de patrimonio (como legado transmitido entre generaciones) ha estado históricamente condicionada por factores de clase, género y etnia. 




Mientras las élites podían construir y heredar desde una posición privilegiada, gran parte de la población apenas sobrevivía en esquemas informales, sin acceso a propiedad ni derechos sobre los bienes que producían o habitaban. 


En ese sentido, el "derecho a heredar" ha sido siempre parcial y profundamente desigual. 


Además, los estudios culturales en México comenzaron a cuestionar la forma en que los discursos oficiales presentaban el patrimonio como símbolo de identidad nacional, sin reconocer las exclusiones que esto implicaba. 


Se comenzó a hablar de una "genealogía desobediente" que desafiaba las narrativas dominantes y colocaba en el centro la experiencia de los sectores subalternos, donde la herencia no era una promesa, sino un mito que pocas veces se cumplía. 


La herencia que nunca llega (o que ya no alcanza) 




El deterioro de esta expectativa también está relacionado con las condiciones económicas. 


La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), elaborada por el INEGI, muestra que la mayoría de los hogares en México apenas alcanza a cubrir sus gastos básicos. 


En ese contexto, las familias ya no están en condiciones de ahorrar, mucho menos de acumular bienes suficientes para heredar. 


Pero lo que ha cambiado no es solo la economía, sino la cultura que la sostiene. Como explica el artículo "Identidad, cohesión y patrimonio: evolución de las políticas culturales en México", las políticas culturales en el país se han utilizado históricamente para construir cohesión social, pero sin generar mecanismos efectivos de transmisión de patrimonio real. 




Es decir, se ha promovido un imaginario de herencia nacional (la historia, los símbolos patrios, el arte monumental), mientras que el patrimonio familiar ha quedado en segundo plano, sin protección ni fomento real. 


Además, los investigadores coinciden en que muchos jóvenes han dejado de ver la herencia como una posibilidad concreta. Aun cuando hay algún bien familiar, éste suele estar dividido entre varios hermanos, hipotecado o en zonas donde ya no representa una oportunidad económica. 


El sentido de heredar como base de estabilidad se diluye entre trámites imposibles, papeles que nunca se regularizaron y propiedades que ya no se pueden mantener. 


Nuevas formas de pertenecer 




En este escenario, es urgente reimaginar lo que entendemos por patrimonio. 


El editorial "Cultura, patrimonio y participación comunitaria", señala que el concepto de cultura debe volver a sus raíces comunitarias. La cultura, plantea, no es solo un conjunto de objetos o símbolos, sino una forma de vida total que debe reflejar los valores, luchas y aspiraciones de las personas. 


Desde esta perspectiva, el patrimonio ya no es únicamente lo que se hereda en términos materiales, sino también lo que se genera colectivamente: la memoria, los afectos, las redes de cuidado y las prácticas que dan sentido a una comunidad. 


Muchos jóvenes, al ver que no heredarán bienes, están creando nuevas formas de herencia: cooperativas, redes de apoyo, proyectos de vivienda colectiva, espacios culturales autogestionados. 


Es una forma de resistir a un modelo que los ha excluido de la propiedad privada, pero también de reimaginar el legado como algo más que dinero o terrenos. 




La desaparición de la herencia como certeza familiar no es solo una consecuencia económica, sino el reflejo de una transformación cultural profunda. 


La cultura del "trabaja y heredarás" se ha derrumbado frente a un sistema que ya no garantiza estabilidad ni transmite oportunidades entre generaciones. 


Hoy, los jóvenes no esperan que el futuro llegue como regalo del pasado. Lo construyen desde sus propios márgenes, con herramientas precarias, pero con una mirada distinta. 


Entender esta transformación implica aceptar que el problema no está en las personas, sino en el sistema que ha dejado de ser generoso con sus hijos.  


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