El día que robaron al Museo de Antropología e Historia
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El día que robaron al Museo de Antropología e Historia


El espectacular robo al Museo del Louvre, ocurrido el pasado 19 de octubre, volvió a encender las alarmas sobre la seguridad en los recintos culturales del mundo



En apenas siete minutos, cuatro personas sustrajeron ocho joyas del museo parisino -una de ellas perdida durante la huida-, en un golpe que ya se considera uno de los más audaces a una institución de su talla.


El caso no solo generó un debate global sobre la vulnerabilidad de los museos, sino que también reavivó la memoria de uno de los episodios más insólitos de la historia cultural mexicana: el robo al Museo Nacional de Antropología (MNA) en la Navidad de 1985.



Un atraco que dejó en evidencia fallas de seguridad, ingenuidad y un descuido imperdonable hacia el patrimonio más valioso del país



La noche en que México perdió su tesoro

En la madrugada del 25 de diciembre de 1985, mientras el país se reponía del devastador terremoto de septiembre, dos jóvenes irrumpieron en el MNA y se llevaron cerca de 140 piezas prehispánicas.


No eran expertos, ni ladrones internacionales: Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García eran estudiantes de veterinaria que vivían en Naucalpan y Ciudad Satélite.


Durante seis meses, visitaron el museo unas 50 veces, fotografiaron vitrinas, tomaron notas y planearon su ruta de escape.


Aquella noche saltaron la barda del Bosque de Chapultepec, se arrastraron por los ductos del aire acondicionado e ingresaron a la Sala Maya. Los guardias -ocho en total- celebraban la Navidad con alcohol en una caseta, sin rondas ni reportes.



En tres horas, los ladrones recorrieron libremente las salas Maya, Mexica, Oaxaca y del Golfo. A las ocho de la mañana, durante el cambio de turno, alguien notó las vitrinas vacías. México acababa de despertar con la noticia del robo del siglo



El precio de lo invaluable

Las piezas robadas representaban el corazón de la colección prehispánica mexicana. Había máscaras funerarias de jade, joyas zapotecas, vasijas aztecas y ornamentos de oro.


De Palenque se llevaron parte del conjunto funerario de K´inich Janaab Pakal, una de las piezas más emblemáticas del museo. También desaparecieron el pectoral del Dios Murciélago y el Escudo de Yanhuitlán, entre otras joyas arqueológicas.


El valor económico era incalculable, aunque en el mercado negro se estimaba que algunas piezas podrían alcanzar los 20 millones de dólares (de 1985).


Lo cierto es que el verdadero precio estaba en la pérdida simbólica: se trataba de fragmentos irremplazables de la historia de Mesoamérica.



Las piezas no estaban aseguradas. Durante meses, las vitrinas vacías del museo mostraban un letrero que decía: "Estas piezas fueron robadas". La imagen se convirtió en una herida pública y un recordatorio de la fragilidad del patrimonio nacional



De amateurs a protagonistas del crimen más sonado

La investigación, que involucró a la Procuraduría General de la República, Interpol y medios internacionales, tardó casi cuatro años en resolverse. Al principio se sospechó de traficantes internacionales o de una red ligada al narcotráfico, pero la realidad resultó mucho más banal.


En 1989, una denuncia de un narcotraficante encarcelado -Salvador Gutiérrez, alias "El Cabo"- condujo a la policía hasta el armario de una casa en Jardines de San Mateo, Naucalpan. Allí, en una bolsa de lona, estaban casi todas las piezas intactas. Nunca habían salido del país.



Carlos Perches fue arrestado el 12 de junio de ese año; confesó y pasó más de una década en prisión. Poco después de salir, fue asesinado. Su cómplice, Ramón Sardina, sigue prófugo hasta hoy



Lecciones de un robo imposible

El robo dejó en evidencia la vulnerabilidad de los museos mexicanos: guardias mal pagados, alarmas defectuosas y protocolos inexistentes.


A raíz del escándalo, el gobierno invirtió alrededor de 700 millones de pesos en reforzar la seguridad: se instalaron cámaras, alarmas modernas y se duplicó el personal de vigilancia.


En 2018, el caso inspiró la película Museo, protagonizada por Gael García Bernal, que retomó el episodio desde una mirada más simbólica: dos hombres que roban no por dinero, sino por una absurda necesidad de poseer la historia.



Hoy, casi cuatro décadas después, el Museo Nacional de Antropología sigue resguardando las mismas piezas que alguna vez estuvieron en aquel armario. Los robos de gran escala no se han repetido, pero la memoria del caso persiste como advertencia



El reciente robo al Louvre vuelve a recordar lo que México aprendió a la fuerza: la cultura, por más protegida que parezca, es un blanco frágil cuando la negligencia se impone.


Ambos casos -separados por océanos y décadas- revelan una constante: la seguridad del patrimonio no depende solo de muros y alarmas, sino del valor que una sociedad le otorga a su memoria.


Porque si algo mostró aquel robo navideño de 1985 es que incluso los tesoros más valiosos pueden desaparecer, no por la astucia de los ladrones, sino por la indiferencia de quienes debían cuidarlos.

 


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