En un mundo donde la comida abunda en unos lugares y escasea en otros, el cuerpo se ha convertido en reflejo de las desigualdades que dividen al planeta.
Lo que comemos, la forma en que lo hacemos y los motivos detrás de cada elección alimentaria hablan de cómo vivimos. Hoy, la humanidad enfrenta un contraste inquietante: mientras unos luchan contra la falta de alimento, otros intentan escapar del exceso.
La relación con la comida se ha vuelto un espejo de los tiempos modernos, marcada por el estrés, la publicidad, la falta de tiempo y la búsqueda constante de bienestar.
Entre dietas milagrosas, tratamientos médicos, impuestos a bebidas azucaradas y cirugías que prometen una nueva vida, la salud se ha transformado en un negocio que oscila entre la esperanza y la desinformación.

En esa mezcla de avances científicos y mensajes contradictorios, millones de personas buscan respuestas para alcanzar un equilibrio que parece cada vez más difícil de lograr. No se trata solo de pesar menos o comer más, sino de recuperar una conexión auténtica con el cuerpo, la mente y el entorno.
Encontrar ese punto medio es uno de los mayores retos de nuestro tiempo. Porque más allá de las cifras o los fármacos, el verdadero desafío está en aprender a nutrirse sin extremos, a cuidar el cuerpo sin castigarlo y a entender que la salud no depende únicamente del tamaño de la porción, sino del equilibrio invisible que sostiene la vida.
Obesidad y desnutrición: dos caras del mismo problema

Aunque parecen opuestos, la obesidad y la desnutrición comparten un mismo origen: la desigualdad alimentaria.
En muchos países, las mismas causas (la pobreza, la falta de educación nutricional, la publicidad de alimentos ultraprocesados y el acceso limitado a opciones saludables) son las que llevan a una persona a tener bajo peso y a otra a padecer obesidad.
De acuerdo con él Instituto Nacional de la Diabetes y las Enfermedades Digestivas y Renales (NIDDK), alcanzar un peso saludable reduce el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, hipertensión arterial, enfermedades cardíacas e incluso algunos tipos de cáncer.

Sin embargo, el organismo también advierte que mantener los resultados a largo plazo es el principal desafío, pues la mayoría de las personas recupera parte del peso perdido cuando abandona los nuevos hábitos alimenticios o disminuye su actividad física.
Por otro lado, la Enciclopedia Médica de MedlinePlus señala que la desnutrición continúa siendo un problema crítico en regiones con bajos recursos, donde los niños enfrentan dificultades para desarrollarse y son más propensos a enfermedades.

El tratamiento, explica la fuente, debe ser progresivo para evitar complicaciones metabólicas y requiere un acompañamiento médico constante.
Ambas condiciones, distintas en apariencia, revelan una misma realidad: el problema no está solo en la cantidad de comida disponible, sino en su calidad, accesibilidad y distribución. Mientras unos tienen demasiado y carecen de orientación, otros simplemente no tienen nada que poner en la mesa.
Entre medicinas y cirugías: riesgos de los nuevos tratamientos

El avance científico ha transformado el abordaje de la obesidad.
Uno de los desarrollos más relevantes es el uso de medicamentos como Ozempic, según Columbia Surgery, este es un fármaco originalmente diseñado para tratar la diabetes tipo 2 que ha ganado popularidad como método para perder peso gracias a su capacidad para controlar el apetito y regular los niveles de glucosa en sangre.
Según Columbia Surgery, este medicamento actúa sobre el cerebro y el sistema digestivo, generando sensación de saciedad y ayudando a las personas a comer menos.

Sin embargo, los expertos advierten que no es un tratamiento milagroso, ya que puede provocar efectos secundarios como náuseas, vómito, estreñimiento o malestar gastrointestinal. Además, al suspender su uso, muchas personas recuperan el peso perdido en pocas semanas, lo que demuestra que su efectividad depende de un acompañamiento médico y nutricional constante.
El costo de Ozempic también representa una barrera importante. En México, una pluma precargada puede costar entre $3,900 y más de $5,600 pesos, dependiendo de la farmacia y la presentación. Por ejemplo, en Farmacias Guadalajara el precio ronda los $3,923.87, en Farmacias del Ahorro varía entre $3,984 y $4,021, mientras que en Farmacias San Pablo puede superar los $5,600 pesos.
Estas características, junto con su uso semanal y la necesidad de aumentar progresivamente la dosis, explican su alto precio y su limitada accesibilidad.

En Walmart, una pluma inyectable de 1.34 mg/ml cuesta alrededor de $4,021 pesos. Además, es un medicamento que requiere receta médica y su precio cambia según la dosis (0.25 mg, 0.5 mg o 1 mg) y el volumen de la pluma (1.5 ml o 3 ml).
Pese a su éxito comercial, los especialistas insisten en que Ozempic está indicado exclusivamente para el tratamiento de la diabetes tipo 2, y que su uso con fines estéticos puede tener riesgos graves si no existe supervisión médica.
La demanda desmedida del fármaco también ha generado escasez para los pacientes diabéticos que realmente lo necesitan, lo cual ha sido motivo de alerta en varios países.
A la par, otras soluciones rápidas como dietas extremas, pastillas "milagrosas" o sustitutos de comida ultra procesados han proliferado en redes sociales, prometiendo resultados inmediatos pero sin evidencia científica sólida.
Estas dietas, además de provocar desbalances nutricionales, suelen generar efectos rebote y pueden dañar órganos como el hígado o los riñones cuando se sostienen por largos periodos.
En los casos más severos, la cirugía bariátrica sigue siendo una alternativa médica eficaz.

De acuerdo con Columbia Surgery, procedimientos como el bypass gástrico o la manga gástrica pueden ofrecer resultados sostenidos, reduciendo significativamente el peso corporal y mejorando enfermedades como la diabetes o la hipertensión.
No obstante, son intervenciones complejas y costosas que requieren un compromiso de por vida con nuevos hábitos alimenticios, ejercicio y revisiones médicas periódicas.

Estos tratamientos, medicamentos y tecnologías representan avances esperanzadores, pero también ponen en evidencia las desigualdades en el acceso a la salud. Mientras algunos pueden costear terapias avanzadas o intervenciones quirúrgicas, millones de personas en México y el mundo aún carecen de atención médica básica o de una alimentación equilibrada.
En ese contraste se refleja una realidad cruda: la ciencia puede ofrecer herramientas, pero la solución a la obesidad y la desnutrición sigue siendo, ante todo, un asunto social y económico.
Dietas milagrosas, cultura de la imagen y políticas públicas

Mientras la medicina ofrece soluciones comprobadas, la industria de las dietas sigue vendiendo ilusiones.
El Hospital Quirónsalud Sagrado Corazón advierte que las llamadas "dietas milagro" (basadas en restricciones extremas o en el consumo de productos sin respaldo científico) pueden causar pérdida de masa muscular, daño hepático y desequilibrios nutricionales.

Cerca del 31% de las personas con sobrepeso ha seguido alguna de estas dietas, pese a los riesgos que implican. Más allá de las consecuencias físicas, este tipo de prácticas generan ansiedad, frustración y una relación distorsionada con la comida. En una sociedad donde la apariencia pesa más que la salud, el cuerpo termina convertido en un campo de batalla.
Frente a esta situación, los gobiernos buscan estrategias para modificar los hábitos de consumo desde su origen. En México, la Secretaría de Hacienda anunció un aumento en el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) a las bebidas azucaradas, que pasará de $1.64 a $3.08 pesos por litro a partir de 2026. Además, se aplicará un nuevo gravamen de $1.50 pesos a las bebidas con edulcorantes.

La medida pretende reducir el consumo de productos asociados con la obesidad y generar recursos para programas de salud pública. Sin embargo, expertos advierten que no será suficiente si no se acompaña de políticas que garanticen el acceso a alimentos frescos, agua potable y educación nutricional.
En un país donde los precios de los productos saludables suelen ser más altos, comer bien no siempre es una opción posible.

Hoy, el mundo cuenta con más herramientas que nunca para enfrentar los extremos alimentarios: desde medicamentos innovadores hasta impuestos saludables y campañas de concientización.
Pero ninguna de estas estrategias tendrá un impacto real si no se transforma la relación que las personas tienen con la comida y con su propio cuerpo.
La salud no debería ser un lujo ni un reto individual, sino un derecho compartido. Los avances científicos son importantes, pero no pueden reemplazar la necesidad de construir entornos donde comer de forma equilibrada sea accesible, sostenible y placentero.
Encontrar ese equilibrio invisible entre la carencia y el exceso es más que un desafío médico: es una tarea colectiva que implica educación, empatía y conciencia.