La rutina diaria es diversa y única para cada persona, desde la hora en que despertamos hasta el momento en que finalmente nos acomodamos en la cama con la esperanza de dormir lo suficiente para sentirnos al 100 % al día siguiente
Dentro de esta rutina está la de una mamá que despierta a sus hijos a las 6 a.m., prepara el desayuno, los lleva a la escuela y luego toma el transporte público para llegar a su trabajo a las 8 a.m. Aunque su turno termina a las 6 p.m., suele llegar a casa pasada las 8 p.m. debido al tráfico y la saturación del transporte.
Pero en lugar de descansar, comienza su segunda jornada -no remunerada- que incluye cocinar, lavar ropa, ayudar con las tareas escolares y cuidar a sus hijos cuando están enfermos.
El cansancio se acumula: dolores de cabeza constantes, irritabilidad y un sueño fragmentado que no supera las cinco horas diarias.
Esta historia, aunque centrada en una madre, podría ser la tuya o la de millones más.
Llegar del empleo para preparar la comida del día siguiente, limpiar la casa, revisar la ropa, bañarte, pagar cuentas y responder correos o mensajes, porque lo que hacemos sin recibir pago también es trabajo
En México, las jornadas laborales son de las más largas dentro de la OCDE, con un promedio anual de alrededor de 2,137 horas trabajadas, superando el promedio de la organización en más de 400 horas.
Según datos del INEGI para el segundo trimestre de 2024, el 25.8% de la población ocupada labora más de 48 horas semanales. Además, la tasa de informalidad alcanza el 54.6%, lo que implica horarios irregulares y falta de protecciones laborales.
Las mujeres enfrentan una carga adicional: dedican en promedio entre 39.7 y 43 horas semanales al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, representando cerca del 67% de su tiempo total.
En contraste, los hombres destinan solo el 28% aproximadamente. Esto se traduce en dobles jornadas para el 98% de las madres trabajadoras, especialmente entre solteras y divorciadas, quienes además enfrentan una participación económica más alta, acumulando responsabilidades sin apoyo equitativo.
El resultado es un sacrificio constante del sueño: millones de mujeres mexicanas duermen menos de las 7-9 horas recomendadas, agravado por condiciones como la pobreza y la necesidad de generar múltiples ingresos
Las dobles jornadas y la carga emocional
Estas jornadas incluyen no solo el empleo formal, sino también actividades como cuidado infantil, atención a adultos mayores, limpieza del hogar y preparación de alimentos, que suman hasta 31 horas semanales adicionales para mujeres entre 20 y 59 años con empleo formal.
Esta sobrecarga no solo consume tiempo y energía, sino que genera estrés crónico, ansiedad y agotamiento emocional -conocido como burnout- que impacta la salud mental, desencadenando problemas como depresión y baja autoestima.
Las diferencias de género son marcadas: las mujeres asumen entre el 95 y 96% de las tareas domésticas, perpetuando desigualdades que limitan su desarrollo personal y profesional.
En hogares donde la familia está solo al cuidado de la padre o la madre, esta situación se intensifica, creando un ciclo de fatiga que afecta tanto la productividad como las relaciones familiares
Factores que dificultan el descanso
Los horarios irregulares, los turnos nocturnos y la necesidad de combinar empleos formales con trabajos informales afectan directamente los ritmos circadianos -los ciclos naturales de cambios físicos, mentales y conductuales que el cuerpo experimenta en un periodo de 24 horas-.
Estos ritmos, regulados por un "reloj biológico" interno e influenciados por factores como la luz y la oscuridad, se ven alterados, lo que reduce la calidad del sueño.
De acuerdo con estudios, más del 45% de los adultos mexicanos padecen insomnio. La ausencia de políticas laborales que favorezcan la conciliación familiar -como licencias parentales equitativas o límites estrictos a las horas extra- contribuye a agravar esta situación.
Sumado a ello, el uso constante de tecnología para atender correos y mensajes fuera del horario laboral prolonga la jornada mental, invade el tiempo de descanso y genera somnolencia diurna
Voces expertas
La psicóloga Guadalupe Durán, especialista en salud ocupacional, explica que "los largos horarios están asociados a ritmos biológicos perturbados y sueño de mala calidad, aumentando el riesgo de estrés crónico y enfermedades cardiovasculares".
Por su parte, sociólogos del INEGI y la UNAM señalan que la desigualdad de género en la distribución del trabajo no remunerado perpetúa ciclos de pobreza y deteriora la salud mental.
Recomiendan políticas de corresponsabilidad familiar y límites estrictos a las jornadas laborales.
Especialistas en trabajo proponen implementar horarios flexibles, ofrecer apoyo psicológico en las empresas y lanzar campañas para redistribuir las tareas domésticas.
Como subrayan, "visibilizar el trabajo no remunerado es clave para mejorar el bienestar general"
Consecuencias
La falta de descanso derivada de las dobles jornadas tiene consecuencias graves: aumenta el riesgo de hipertensión, diabetes, problemas digestivos y trastornos mentales como ansiedad y depresión.
Se estima que hasta el 80% de los problemas de sueño podrían mejorar con una mejor higiene del descanso, pero esta solución es ignorada cuando la sobrecarga de responsabilidades consume la mayor parte del tiempo y energía.
Esta problemática afecta no solo la productividad individual, sino también a toda la sociedad.
En la siguiente nota exploraremos cómo esta privación del sueño se traduce en enfermedades crónicas y qué estrategias pueden ayudar a recuperar el equilibrio, subrayando la urgencia de atender esta epidemia invisible
¿Cuántas horas de tu vida dedicas a las responsabilidades diarias y cuántas te quedan para descansar y cuidar de ti mismo?
Es momento de reflexionar sobre nuestras jornadas y exigir cambios que prioricen el sueño y el bienestar, antes de que el agotamiento nos consuma por completo.