México se vacía: así nacen los nuevos pueblos fantasmas
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México se vacía: así nacen los nuevos pueblos fantasmas


A diferencia del bullicio de las ciudades, los pueblos solían definirse por su calma. Esa quietud, antes asociada con la paz y el descanso, hoy suena más bien como el eco del abandono



Las calles se han ido vaciando poco a poco: los negocios bajan sus cortinas, los eventos en las plazas congregan a menos personas y las familias -antes unidas por generaciones- se fragmentan en la búsqueda de una vida mejor.


En las comunidades alejadas, muchas a horas de distancia de las grandes urbes, la vida cotidiana se ha vuelto difícil de sostener.


Los empleos escasean, el dinero apenas alcanza para cubrir lo básico y los precios suben más rápido que los ingresos.



 Cada año se vuelve más complicado permanecer



El campo que resiste

La economía local sigue girando en torno al campo: campesinos que siembran, jornaleros que trabajan en huertas o ranchos, ganaderos que crían animales y peones agrícolas que laboran bajo el sol. Son oficios transmitidos de padres a hijos, pero cada vez más mal pagados y físicamente exigentes.


A pesar del esfuerzo, el ingreso rural se ha estancado, y la falta de alternativas laborales empuja a muchos a buscar salidas. Algunos se incorporan al transporte local, al comercio ambulante o a oficios como la albañilería, la carpintería o la herrería, pero los ingresos siguen siendo insuficientes. La economía de los pueblos no alcanza para todos.


La falta de empleo y la pérdida del poder adquisitivo generan un círculo vicioso: menos consumo local implica menos movimiento económico, y con ello más razones para partir.



La despoblación rural, aunque gradual, ha cambiado el rostro de regiones enteras del país



La decisión de partir

Frente a esa realidad, muchos terminan tomando una decisión que transforma su vida: migrar. Algunos lo hacen de manera temporal, buscando trabajo lejos y enviando dinero a casa; otros optan por mudarse definitivamente con toda la familia para empezar de nuevo en otro sitio.


Según el Censo de Población y Vivienda 2020, más de cuatro millones de personas se han desplazado dentro del país en los últimos años, mientras que alrededor de doce millones de mexicanos residen actualmente en Estados Unidos.


Uno de los ejemplos más claros de este éxodo es Cerrito del Agua, Zacatecas. Entre 1990 y 2000 tenía unos tres mil habitantes, pero para 2010 solo quedaban mil doscientos. En 2020, según el INEGI, viven ahí entre 300 y 500 personas.



En tres décadas perdió más del 70% de su población, dejando calles vacías y casas cerradas que el tiempo empieza a borrar



El deterioro económico local

La migración masiva ha dejado una huella profunda en la economía de los pueblos rurales mexicanos. En muchas comunidades, los comercios cerraron, los servicios de transporte desaparecieron y la infraestructura se deteriora ante la falta de recursos y de población que la sostenga.


De acuerdo con el Banco de México, la crisis rural se refleja también en la caída del sector agropecuario, que en 2020 apenas aportó el 3.5% al Producto Interno Bruto nacional.


Detrás de esa cifra hay un fenómeno silencioso: pueblos que se vacían lentamente en estados como Michoacán, Guerrero o Zacatecas. La partida constante de habitantes ha reducido la demanda local, provocando el cierre de tiendas, mercados y pequeños talleres familiares.



En Cutzamala de Pinzón, Guerrero, por ejemplo, la población ha disminuido entre 10 y 15% en la última década. La consecuencia inmediata ha sido la quiebra de negocios que dependían del consumo local y la suspensión del transporte público por falta de pasajeros



Lo mismo ocurre en Oaxaca o en zonas rurales del Estado de México, donde la migración interna hacia las grandes urbes ha vaciado los campos. La reducción de habitantes implica también una caída en los ingresos fiscales de los municipios, lo que limita la posibilidad de mantener carreteras, escuelas o servicios básicos.


Así se forma un círculo de declive: la falta de inversión provoca abandono, y el abandono genera más migración.


Entre 2010 y 2020, Zacatecas y Oaxaca perdieron hasta 50 mil habitantes netos cada una por migración, de acuerdo con datos del INEGI.



En esas regiones, los empleos agrícolas han caído alrededor de 20%, lo que refleja un proceso de desarticulación social y económica difícil de revertir



Un fenómeno global

La despoblación rural no es exclusiva de México. En España, por ejemplo, el vaciamiento del interior ha provocado el cierre de más de tres mil escuelas desde el año 2000, y regiones enteras han perdido hasta 5% de su PIB por falta de inversión y población activa.


En ambos lados del Atlántico, la concentración de oportunidades en las ciudades ha transformado los paisajes rurales en espacios de memoria: lugares que fueron el centro de la vida familiar y ahora se conservan apenas como raíces simbólicas de quienes partieron.


Remesas: el hilo que mantiene el vínculo

Frente a la pérdida de empleo y de población, las remesas se han convertido en el principal sostén económico de muchas comunidades rurales mexicanas. Cada mes, millones de dólares cruzan la frontera rumbo a los pueblos que alguna vez vieron partir a sus habitantes.


Sin embargo, aunque ese flujo de dinero mantiene encendida la economía local, no logra sustituir la presencia humana ni reconstruir la vida comunitaria que se ha ido desvaneciendo.



De acuerdo con el Banco de México, en septiembre de 2025 ingresaron al país 5,214 millones de dólares por remesas, y el total anual ya supera los 50 mil millones. Es una cifra histórica que refleja la dependencia económica que muchas regiones tienen de los ingresos enviados desde Estados Unidos



En estados como Zacatecas o Michoacán, esas transferencias permiten reparar casas, abrir pequeños negocios o sostener el gasto cotidiano de las familias. Pero no revierten la despoblación ni la falta de empleo local.


Los estudios sobre economía rural coinciden en que el dinero que llega del extranjero mejora el consumo -en alimentación, vivienda o servicios-, pero no genera nuevas fuentes de trabajo. La economía se sostiene, pero no se renueva.


En muchas comunidades, los pueblos se mantienen vivos gracias a las remesas, aunque sea de manera artificial: las casas se pintan de nuevo, las plazas lucen remodeladas, pero faltan habitantes que las llenen de vida


El eco del abandono

El éxodo rural mexicano no solo transforma la economía: redefine el sentido mismo del hogar y del arraigo. Las comunidades sobreviven gracias al dinero enviado desde fuera, pero el tejido social se debilita.


Cada remesa que llega a una cuenta bancaria es también un recordatorio de quien tuvo que irse.


Los pueblos que antes se definían por su calma hoy viven un silencio distinto: el del vacío.



Las remesas mantienen encendido un pulso económico, pero no devuelven la voz, el ritmo ni el futuro a los lugares que el tiempo y la distancia están dejando atrás

 


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