Durante años, a los millennials y a la generación Z se les enseñó que estudiar, esforzarse y "echarle ganas" era la fórmula para tener una vida estable.
Parecía un trato justo: más escuela, mejores oportunidades. Pero algo se rompió.
Al llegar a la vida adulta, estas generaciones se enfrentaron a otra historia: una donde el trabajo formal no garantiza estabilidad, donde los precios suben más rápido que los sueldos y donde tener casa propia se volvió un lujo, no un derecho.
Hoy, muchos jóvenes viven con sus padres más allá de los 30, o comparten renta como forma de sobrevivencia. El sueño de formar un patrimonio parece estar en pausa? o cancelado.
Ya no se trata solo de trabajar. Se trata de sobrevivir en un sistema que no está diseñado para que todos puedan avanzar.
Y aunque muchos tienen títulos universitarios, maestrías o habilidades digitales, la estabilidad financiera sigue fuera de su alcance. Lo que alguna vez fue una promesa de movilidad ahora es una realidad cuesta arriba.
¿Por qué cuesta tanto formar patrimonio?
No es que los jóvenes no quieran comprar una casa. Es que, muchas veces, no pueden ni siquiera comenzar a intentarlo.
El libro "Los cambios en el mercado de trabajo en México: desde lo sectorial a lo intergeneracional", publicado por la Universidad Autónoma de Tamaulipas, documenta cómo el empleo en México se ha vuelto cada vez más inestable, especialmente para las generaciones más jóvenes.
Aunque tienen mejor preparación académica y habilidades digitales, la mayoría enfrenta sueldos bajos, contratos temporales y empleos sin prestaciones básicas.
Comprar una vivienda requiere más que intenciones: se necesita empleo formal, ingresos constantes, buen historial crediticio y capacidad de ahorro.
Pero cuando las casas superan fácilmente el millón de pesos, solo el enganche puede costar entre 100 mil y 200 mil pesos. ¿Quién puede ahorrar eso ganando 8 mil pesos al mes o menos?
A esto se suma que, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI, en junio de 2025 más del 54% de las personas ocupadas en México estaban en la informalidad, es decir, sin acceso a seguridad social ni a créditos hipotecarios.
Además, casi un tercio de los trabajadores están en condiciones laborales críticas: mal pagados, sin prestaciones o trabajando jornadas excesivas.
Jóvenes, estudiosos... y precarios
La UNAM, en su libro "Entre la oportunidad y la precariedad: jóvenes y mercados de trabajo en México", advierte que hoy la transición de los jóvenes al mundo laboral ya no es lineal ni predecible.
No hay caminos rectos entre estudiar, trabajar y progresar. En cambio, hay contratos por honorarios, empleos temporales y sueldos que apenas alcanzan para lo básico. Incluso quienes tienen estudios superiores, terminan en trabajos sin crecimiento ni garantías.
El concepto de "precario intergeneracional" que se propone en el libro de la Universidad Autónoma de Tamaulipas resume esta situación: jóvenes que han cumplido con lo que se les pidió (estudiar, capacitarse, buscar empleo) pero que, aun así, viven al día, sin poder ahorrar o pensar en su futuro.
Y no es por falta de mérito, sino porque el sistema laboral ha cambiado las reglas sin avisar. La desregulación, el outsourcing y la falta de supervisión permiten que muchas empresas ofrezcan empleos inestables, mal pagados y sin derechos.
Incluso en sectores donde las ganancias aumentan, los beneficios no se traducen en mejores salarios ni en condiciones laborales justas.
El impacto es mayor en las mujeres
Un estudio realizado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en colaboración con agencias internacionales, señala que las mujeres jóvenes enfrentan más barreras aún.
Ganan menos, interrumpen más su carrera por maternidad o cuidado familiar, y tienen menor acceso a la seguridad social. Como resultado, su capacidad para ahorrar, acceder a créditos o construir una pensión es aún más limitada.
El saldo promedio en sus cuentas AFORE es 26.8% menor al de los hombres, y esta diferencia no es solo económica: también refleja una cultura que no valora ni respalda suficientemente el trabajo de cuidado no remunerado.
Si además trabajan en la informalidad, enfrentan un triple obstáculo: bajos ingresos, falta de protección social y pocas oportunidades reales de construir un patrimonio.
Y aunque se han hecho reformas, los avances no son suficientes si no se acompaña con políticas de cuidado, licencias equitativas, empleo digno y corresponsabilidad familiar.
Entonces, ¿Qué se necesita para comprar una casa?
Tener vivienda propia en México no solo depende de las ganas.
También exige una serie de requisitos que muchas personas jóvenes simplemente no pueden cumplir.
Se necesita cotizar en el sistema formal (ya sea Infonavit o Fovissste) tener estabilidad laboral, historial crediticio positivo, un enganche considerable y capacidad para pagar mensualidades que pueden superar los 8 mil pesos.
Pero eso no es lo común. Muchos jóvenes trabajan por su cuenta, tienen ingresos irregulares o viven en ciudades donde los precios de las casas están completamente fuera de su alcance. Eso los empuja a rentar por tiempo indefinido o a seguir viviendo con sus familias.
El resultado es una generación que, pese a estar mejor preparada que nunca, acumula menos patrimonio que las anteriores. Existen subsidios y programas de apoyo, pero pocos están pensados para quienes viven en la informalidad o tienen ingresos bajos.
Los millennials y la generación Z están atrapados en un sistema que promete progreso, pero no entrega herramientas reales para alcanzarlo.
Los bajos salarios, la inflación y la precariedad estructural limitan su capacidad de ahorro y frustran su deseo de construir una vida propia. Y aunque el discurso del esfuerzo persiste, la realidad es que trabajar duro ya no garantiza avanzar.
Reconocer que esta situación no es individual, sino estructural, es el primer paso para cambiar las reglas del juego. Porque una sociedad que cierra las puertas a sus jóvenes, también se está cerrando a su propio futuro.