Qué pasaría si: La comida fuera gratis
Salud

Qué pasaría si: La comida fuera gratis


Imagina despertar un lunes cualquiera en México y descubrir que, a partir de hoy, nadie tiene que pagar por comer 



No hay filas en supermercados, ni transferencias, ni cuentas en restaurantes: todo alimento está disponible para todos, sin costo. La noticia se esparce con rapidez. 


En los mercados, la gente corre a llenar canastas; en los hogares, las alacenas rebosan. Al principio, parece una escena de redención colectiva: el hambre, uno de los males más antiguos del país, por fin ha sido erradicado. 


Pero en una nación marcada por desigualdades profundas, donde casi 4 de cada 10 mexicanos viven en pobreza y más de 38 millones de personas aún enfrentan carencias básicas, pero detrás de esa imagen ideal aparecería una realidad mucho más complicada



A continuación, te contamos, Que pasaría si: la comida fuera gratuita 



El peso real del hambre 

La comida, en México, es mucho más que un acto de nutrición: es el eje del gasto familiar y una expresión cultural. Según datos del INEGI y el CONEVAL, en septiembre de 2025 la canasta alimentaria urbana alcanzó un costo histórico de 2,454.74 pesos mensuales por persona, un incremento del 4.7% anual, por encima de la inflación general del 3.8%. En las zonas rurales, el valor ronda los 1,850.65 pesos. 


Para los hogares más pobres, ese gasto representa más de la mitad de sus ingresos: la categoría de ingresos más baja de una población, (el 10% más pobre) destina 52% de su ingreso solo a comida, mientras que el más rico apenas un 14%. 


Si ese gasto desapareciera, millones liberarían recursos para educación, salud o vivienda, reduciendo la pobreza multidimensional y mejorando su bienestar inmediato. 


Sin embargo, la historia mexicana ya ha probado versiones parciales de esta utopía. La CONASUPO, creada en 1961 para subsidiar granos básicos, logró reducir el hambre durante décadas, pero terminó desmantelada en 1999 tras múltiples casos de corrupción y pérdidas financieras. 



Hoy sobreviven programas como la Leche del Bienestar y Diconsa, que ofrecen leche y alimentos a precios subsidiados, y los desayunos escolares del DIF, que benefician a niños de comunidades marginadas 



La economía del hambre (y del empleo) 

Si los alimentos fueran gratuitos, una parte esencial del sistema económico colapsaría. En México, más de 6 millones de personas dependen directamente del sector alimentario: 5.5 millones en la agricultura (alrededor del 12% de la población ocupada, según la ENOE 2025), además de quienes trabajan en la manufactura, transporte, distribución y comercio minorista. 


Sin precios ni competencia, los incentivos para producir se esfumarían, reduciendo la oferta y generando escasez. 


Sería un efecto dominó: cierres de empresas agrícolas e industriales, desempleo rural, pérdida de exportaciones y, finalmente, desabasto generalizado. 


La experiencia internacional ofrece advertencias claras: en Venezuela, los controles de precios provocaron hiperinflación y mercados negros; en Cuba, la libreta de racionamiento- un documento para acceder a una cantidad de alimentos básicos subsidiados en tiendas estatales- aún entrega alimentos básicos, pero cada vez en menor cantidad y calidad. 



El precio desaparece, pero la escasez se vuelve una nueva forma de desigualdad. En lugar de dinero, las personas pagarían con tiempo, contactos o influencia para acceder primero a los productos más demandados 



De la abundancia al caos 

Durante las compras de pánico de 2020, los anaqueles vacíos mostraron cuán rápido puede desatarse el caos cuando la demanda supera a la oferta. 


En un país donde los desabastos -de gasolina, medicamentos o agua- ya han causado conflictos, la comida gratuita podría desencadenar tensiones sociales inéditas. 


Quienes tienen automóvil podrían acopiar más, mientras que quienes dependen del transporte público o viven en zonas rurales quedarían rezagados. En un país tan desigual, la gratuidad no garantizaría equidad: las sierras, colonias periféricas o comunidades indígenas enfrentarían logística deficiente, mientras las ciudades concentrarían los mejores alimentos. 



Además, la distribución masiva requeriría una infraestructura gigantesca -desde almacenes hasta transporte refrigerado- y costos fiscales multimillonarios que, en la práctica, solo podrían cubrirse con deuda o nuevos impuestos



La psicología del exceso 

Paradójicamente, el acceso ilimitado a la comida podría transformar no solo la economía, sino la mente colectiva. México ya desperdicia más de 20 millones de toneladas de alimentos al año, incluso con precios elevados. 


Si la comida fuera gratuita, el despilfarro se dispararía, erosionando el valor simbólico del alimento. 


El acto de cocinar, vender o compartir comida -parte esencial de la cultura mexicana- perdería significado económico y social. 



Miles de fondas, tienditas y mercados populares desaparecerían, alterando la vida comunitaria y la economía informal 



Los sueños también cuestan 

En apariencia, un México donde todos pueden comer gratis sería el fin del hambre. Pero al mirar más de cerca, este escenario revela su costo: una economía sin incentivos, una producción en riesgo y una sociedad que podría desperdiciar lo que tanto anheló conseguir. 


Garantizar que nadie pase hambre no depende solo de que la comida sea gratuita, sino de que los salarios sean dignos, los precios justos y los sistemas de distribución equitativos. 




Porque si un día todos pudieran comer sin pagar, la verdadera pregunta sería: ¿aprenderíamos a compartir mejor... o simplemente a acaparar más?  ?


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