En lo más alto de El Tajín, en los edificios 40 y 41, se esconde una explosión de color poco vista en Mesoamérica: rojos intensos, naranjas vivos, rosas vibrantes, amarillos cálidos, negros profundos y una gama sorprendente de azules y verdes
En El Tajín, la ciudad prehispánica Mesoamericana más importante de la costa norte de Veracruz, que se vio privilegiado por los grandes espacios abiertos delimitados por templos y desniveles, se lleva más de un año analizando fragmentos de pintura mural de estas construcciones, parte del antiguo Palacio de las Columnas.
Desde ahí, entre figuras imponentes con forma de jaguar -símbolo de poder y jerarquía- se empieza a reescribir parte de la historia visual de nuestro pasado
Colores con ciencia y con memoria
Las tonalidades no se lograron por casualidad: los antiguos habitantes mezclaban pigmentos como el azul maya con otros minerales para crear nuevos matices.
El rojo se hacía con hematita (un mineral compuesto por óxido férrico), el amarillo con goetita (mineral de hierro), mientras que el brillo de los fondos se conseguía combinando arcillas blancas como la caolinita con calcita, más allá del clásico estuco (material que se usaba en la construcción)
Estas mezclas eran parte de un conocimiento profundo sobre los materiales, sus orígenes y usos. No era solo decorar: era representar jerarquías, relaciones, creencias y hasta acuerdos comerciales.
Los colores que hoy se analizan llegaron desde distintos rincones de Mesoamérica
El azul maya, por ejemplo, lleva en su fórmula el añil -extraído de una planta- y una arcilla blanca que aún se encuentra en Yucatán. El cinabrio, otro pigmento usado, tenía que venir desde regiones como Guerrero o Michoacán.
Así, cada fragmento pintado es también una pista sobre cómo se movían los bienes, las ideas y los conocimientos en un México que, siglos atrás, ya estaba más conectado de lo que imaginamos.
Una de las preguntas que ronda este proyecto es si estos pigmentos tan elaborados llegaban listos o si se producían en El Tajín.
Responder eso ayudaría a entender no solo su tecnología, sino su capacidad de organización, de intercambio y hasta su posición dentro de las dinámicas comerciales de la época.
Lo que es claro es que los colores de El Tajín no solo decoraban muros. Hablaban. Y todavía lo hacen